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coronavirus: un tsunami con aviso
El sistema de salud argentino tendrá en las próximas semanas un desafío mayúsculo, luego de años donde se impuso la desidia y la desinversión. ¿Con cuántos recursos contamos para enfrentar la emergencia? ¿Y por qué no se escucharon las señales de alerta? ¿Qué podemos esperar de lo que viene? Algunas hipótesis certeras, más allá de la paranoia y el sensacionalismo.
Fotografía: Emiliana Miguelez
20 de Marzo de 2020

 

Una pregunta se torna más y más urgente a medida que pasan las horas y entramos en cuarentena obligatoria para evitar el contagio masivo del COVID 19: ¿Cuántas camas de terapia intensiva existen realmente en el país? ¿Cuántos respiradores? ¿Con qué capacidad de testeo cuenta el sistema de salud?

Los datos oficiales son fragmentarios en el caso del sistema público, y un agujero negro en hospitales y sanatorios privados. Claudio Belocopitt, dueño de Swiss Medical y presidente de la Unión Argentina de Entidades de Salud, fue lapidario en declaraciones recientes: “Hay una gran dispersión sobre la cantidad de camas disponibles en el sistema, nadie lo puede decir con claridad y de eso va a depender la gente al mismo tiempo. Pero tenemos que tener en cuenta una cosa: el sistema sanitario argentino funciona al 80% u 85% promedio de su capacidad estandarizada en el año para atender las patologías que tenemos. Querría decir que si no achicamos lo que estaría sobreatendiéndose, quedaría sólo el 15% y eso sería un gran problema. Entonces, hay que trabajar en ver la forma de aumentar esa capacidad instalada”.

Este jueves 19 de marzo, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, anunciaba una batería de medidas para prevenir una posible implosión del sistema sanitario porteño en caso de que se se multipliquen la cantidad de infectados. El alcalde destacó la compra de cien respiradores, que se sumarían a los ochenta Neumovent preexistentes distribuidos en 19 hospitales públicos. El anuncio, lejos de traer calma,  reveló un escalofriante dato: existen solo 180 respiradores en la ciudad con el mayor presupuesto del país.

Según la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI), hoy existen 950 unidades de terapia intensiva en el sistema público nacional. De acuerdo al Ministerio de Salud, las camas disponibles son entre 3 y 4,5 cada 1000 habitantes, es decir unas 160 mil. El 90% de esas plazas siempre están ocupadas. La mayor cantidad se encuentran en la Capital Federal (7,1 por mil), cuyo gobierno acaba de agregar 400 camas suplementarias de internación general en hospitales y trabaja en la reconversión de hoteles en hospitales de campaña; le siguen provincias como Córdoba (5,9) y Buenos Aires (5). Siempre por debajo de las 8 a 10 por habitante que recomienda la OMS para tiempos ordinarios. En la provincia de Buenos Aires se calcula que hay unos 400 respiradores distribuidos en 54 centros de salud.

Los conmovedores aplausos que la población le envió al personal médico desde sus casas llegaron en el momento oportuno, justo cuando la marea comienza a subir.

Horacio Rodríguez Larreta destacó la compra de cien respiradores, que se sumarían a los ochenta Neumovent preexistentes distribuidos en 19 hospitales públicos. El anuncio, lejos de traer calma,  reveló un escalofriante dato: existen solo 180 respiradores en la ciudad con el mayor presupuesto del país.

 

la gripe coronada

Hay palabras y expresiones que hipnotizan a economistas, analistas de mercados, opinadores seriales y demás "paracaidistas" que se catapultan ante cualquier tema como expertos. Tanto que en una especie de trance las repiten una y otra vez como mantras. Hasta que de tanto invocarlas erosionan su significado, terminan funcionando como frases vacías que no dicen nada. En esta época de pandemias, diarios, revistas y portales se llenaron de artículos que catalogan a la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus como un "cisne negro", es decir, aquella remanida metáfora usada para describir la irrupción de un suceso extremo, atípico y no esperado, y que catapultó a la fama al filósofo libanés Nassim Taleb.

Nada más lejos de la realidad. En marzo de 2019, el director General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ya lo había avisado: “El riesgo continuo de que un nuevo virus de influenza se transmita de animales a humanos y que potencialmente cause una pandemia es real. La pregunta no es si tendremos otra pandemia, sino cuándo. Debemos estar atentos y preparados: el costo de un brote de gripe será mucho mayor que el precio de la prevención".

No era, sin embargo, la primera vez que sonaba una alarma. En 2016, un panel de especialistas en salud de Estados Unidos –la Comisión para la Creación de un Marco Global de Riesgos para la Salud para el Futuro– elaboró un extenso informe en el que concluían que estaban dadas las condiciones para la aparición de nuevas enfermedades infecciosas: a la sobrepoblación, se sumaban la degradación ecológica que vuelven más probable el salto de los virus de animales a humanos y la intensa movilidad global que permite que los agentes infecciosos se extiendan sobre una parte significativa de la población.

Entonces, un día ocurrió. El brote en Wuhan (China) de una enfermedad nueva que apareció en diciembre de 2019, en pocas semanas se volvió epidemia y la epidemia escaló hasta convertirse en pandemia. Se trata de la segunda del siglo XXI, a una década de la pandemia de gripe A (H1N1) que golpeó en 2009-2010. Lo que se sabe es que los síntomas aparecen de forma gradual. Algunas personas se infectan pero no parecen mostrar signos de la enfermedad. La mayoría de las personas –un 80 por ciento– se recupera sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial. Pero el virus SARS-CoV-2 provoca una enfermedad grave y dificultades para respirar en aquellos adultos mayores que padecen afecciones médicas subyacentes, como hipertensión arterial, problemas cardíacos o diabetes. Alrededor del dos por ciento de las personas que han contraído la enfermedad murieron.

La pandemia de coronavirus está influenciada por lo que en otro momento se podría calificar como un éxito social: el aumento de la expectativa de vida. "Hoy en día, un gran porcentaje de la población mundial es anciana o vive con una o más enfermedades crónicas”, señala la microbióloga Caroline van de Sandt, del Instituto Peter Doherty para Infecciones e Inmunidad en la Universidad de Melbourne. “Este cambio demográfico de la población es importante, ya que se sabe que cada uno de estos factores del huésped aumenta la gravedad de las infecciones leves del virus".

Como describe el periodista canadiense Andrew Nikiforuk, autor de Pandemonium: Bird Flu, Mad Cow Disease and Other Biological Plagues of the 21st Century, las pandemias se asemejan a tsunamis: en su avance sobre los continentes alteran economías, perturban y cambian las costumbres, desestabilizan estructuras y liderazgos políticos y esparcen la muerte. En este caso se estima que COVID-19 probablemente será la pandemia más costosa debido a la complejidad y fragilidad de la globalización.

Ante la ausencia de una vacuna, las llamadas "intervenciones no farmacéuticas" como el lavado frecuente de manos, el aislamiento y distanciamiento social, el cierre de escuelas y de fronteras, la cancelación de conferencias, y la prohibición de las multitudes se impusieron en todo el mundo para reducir drásticamente la propagación.

Las distintas experiencias de Corea del Sur e Italia ilustran cómo los cambios rápidos en el comportamiento humano pueden alterar los resultados: Corea del Sur –con una población de 50 millones de habitantes– parece haber frenado en gran medida la epidemia al establecer una política agresiva de testeo. En este país se rastreó a los infectados, los aislaron en sus hogares y restringieron los viajes. En Italia, en cambio, las medidas fueron mucho más laxas (también en España). Esto provocó que el epicentro de la pandemia se trasladara de Asia a Europa.

las pandemias se asemejan a tsunamis: en su avance sobre los continentes alteran economías, perturban y cambian las costumbres, desestabilizan estructuras y liderazgos políticos y esparcen la muerte. el COVID-19 probablemente será la pandemia más costosa debido a la complejidad y fragilidad de la globalización.

 

sube la marea

Poca gente se atreve a poner una fecha al fin de la pandemia. En el Centro de Control y Prevención (CDC) de Enfermedades de Estados Unidos, por ejemplo, plantean que hasta el 65 por ciento de la población estadounidense podría infectarse si no se toman medidas para frenar el virus, que se propaga de persona a persona.

Especialistas en modelado de enfermedades del CDC proyectaron que entre 2,4 y 21 millones de personas en Estados Unidos podrían terminar en el hospital, abrumando salas de emergencia. El número de muertes en algunos modelos osciló entre 200 mil y 1,7 millones.

El virus ya circula en 158 países. Mientras que América Latina aún no experimenta la escalada que se dio en Europa, en Argentina se abren varios caminos posibles. "Evaluamos todos los escenarios", indica el presidente de la Sociedad Argentina de Infectología, Omar Sued. "Es posible que se dé una situación intermedia entre lo que sucede en España y lo que ocurre en Italia. Se están haciendo muchos esfuerzos para prolongar al máximo posible la fase de contención y achatar lo máximo posible la curva de casos, pero consideramos que en unos días empezaremos a ver casos asociados a los importados y quizás también transmisión comunitaria".

En el impacto local de la pandemia, incidirán las costumbres y relaciones familiares propias de la cultura argentina. "Aunque tenemos un sistema de salud publico gratuito –agrega Sued– no tenemos la tecnología y los recursos sanitarios de países mucho mejor preparados como Alemania". Los especialistas concuerdan en que para que la Argentina no siga el curso tomado por la enfermedad en Italia –el país con más muertes a causa del coronavirus fuera de China– es crucial implementar una política de testeo agresiva, masiva y transparente, independientemente de si los habitantes presentan síntomas, aislando en cuarentena rigurosa a los contactos de una persona una vez confirmada la infección. Solo así se podría frenar el temido crecimiento exponencial de los contagios, es decir, evitar que los casos se disparen de manera abrupta lo que haría colapsar el sistema sanitario y las unidades de cuidados intensivos.

El avance de la pandemia demuestra que nadie en el mundo estaba preparado para algo así. La comunidad científica aún desconoce si el coronavirus produce inmunidad, si una persona se puede volver a infectar o, como ocurre con la gripe, si a lo largo de su vida la gente padecerá sus síntomas varias veces. "La necesidad del cambio de conductas no se va terminar el 31 de marzo, sino que se va a tener que prolongar a largo plazo", señala Carla Vizzotti, viceministra de Salud de la Nación. Según un informe del Centro MRC para el Análisis Global de Enfermedades Infecciosas de Inglaterra, las medidas tomadas deberán extenderse por 18 meses o más. Como dice el epidemiólogo Mark Woolhouse de la Universidad de Edimburgo: “Viviremos con este virus indefinidamente”. Al menos hasta que esté disponible una vacuna o antivirales seguros y que funcionen.

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