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el consejo de la rosca
Es más “fernandista” que el propio Fernández. Cree en el “diálogo social institucionalizado” y acaba de firmar un acuerdo con los empresarios para evitar los despidos a cambio de una rebaja salarial. Quiere debatir los grandes temas de la Argentina futura, aunque no encuentra soluciones fáciles para la crisis del presente. Dice que si alguna vez pierde el optimismo se retira a plantar lechuga. Habla el secretario general de la CGT.
Fotografía: Gala Abramovich
29 de Abril de 2020

 

Héctor Daer asumió la Secretaría General de la Confederación General del Trabajo (CGT) en agosto de 2016, junto a Carlos Acuña y Juan Carlos Schmid. Le tocó conducir a la principal organización de los trabajadores justo cuando el país estaba en manos de un gobierno neoliberal al servicio de los empresarios. Tal y como sucedió con su hermano Rodolfo, quien debió lidiar hace veinte años con el segundo menemismo –y también con la Alianza. Para colmo el hermano mayor, dirigente de la Alimentación, vio cómo la Argentina ingresaba al siglo XXI en medio de una hambruna generalizada e inolvidable; mientras el menor, mandamás del gremio de la Sanidad, se enfrenta ahora a una pandemia global sin precedentes en la historia moderna.

A pesar de todo, Daer es un optimista. Aunque su mandato haya sido cuestionado por una “conflictividad insuficiente”, él se prepara para renovar el cargo en agosto, esta vez sin acompañantes en el sillón de Azopardo. Con el diario del lunes, cree haber dado en el blanco porque siempre dijo que “la solución era política y no gremial”. Se siente el principal interlocutor sindical de Alberto Fernández y es tal su oficialismo que por momentos bromea: “ya hablo como si fuera el Presidente”.

La entrevista tuvo lugar hace un mes en la sede central de la Federación de Asociaciones de Trabajadores de la Sanidad Argentina, ubicada en el barrio de San Cristóbal. Un edificio de varios pisos, pulcro y luminoso como una clínica, inaugurado en los años noventa. En la antesala del cuarto piso le ofrecen a quien espera por “el compañero Daer” una docena de ejemplares de la revista Gente. En el despacho sobresale un imponente Carpani original. En el hall central hay un mural de cuatro paños realizado por encargo del sindicato que, cuenta con orgullo Daer, fue lo último que llegó a pintar el artista, antes de su muerte en 1997.

 

Otro pintor peronista, Daniel Santoro, dice que hay algo artificial en los retratos que hace Carpani de esos trabajadores un poco estereotipados.

Yo no soy un experto, no debatiría con Santoro nunca, pero lo que veo en las imágenes de Carpani es que salen un poquito de la realidad, pero tienen esa potencia, una fuerza... Las manos, los músculos que muestran algo mucho más físico, que tiene que ver con el trabajo de la época, y trasmiten una fuerza de lucha si se quiere.

Podríamos improvisar una crítica desde el feminismo: ¿por qué en un edificio sindical de una actividad donde predominan las trabajadoras, hay tantas pinturas donde se exaltan las musculaturas, la virilidad y la estética masculina?

Bueno, convengamos que no está bien hacer una crítica retrospectiva. Hoy podría ser otra la modalidad que hubiera adoptado Carpani. Pero la evolución de la cultura es a través del tiempo. Sino uno no puede comprender la historia.

A pesar de todo, Daer es un optimista. Aunque su mandato haya sido cuestionado por una “conflictividad insuficiente”, él se prepara para renovar el cargo en agosto, esta vez sin acompañantes en el sillón de Azopardo.

 

sindicalismo de precios y salarios

Daer sueña con sentarse a una mesa de tres patas para diseñar un futuro de grandeza patria. Ocurre que la realidad, esa vieja y amarga verdad, insiste en tratar al Consejo Económico y Social como algo que se ubica siempre entre lo dado y lo posible. Para muestra, basta como botón el acuerdo firmado esta semana entre los sindicalistas de la CGT, los líderes de la Unión Industrial Argentina y los ministros de Producción y Trabajo, donde se aceptan suspensiones laborales con un 25% de descuento salarial, en el marco de la cuarentena.

Pero el entrevistado no se da por vencido: “Estamos convencidos que el diálogo social institucionalizado es la mejor herramienta para construir una sociedad más justa e igualitaria y la pandemia no hace más que reforzar la necesidad de conseguir los acuerdos que nos permitan superar la crisis económica que la emergencia va a dejar”. Veamos entonces, mas allá de la cruel coyuntura, cómo piensa Daer que debería configurarse el pacto social del siglo veintiuno.

 

Nos gustaría iniciar la charla con una definición de Carlos Leyba, que fue uno de los arquitectos del Pacto Social de 1973: “en ese momento hubo algo que luego se perdió, que es el espíritu del movimiento obrero en la Argentina: la CGT de José Ignacio Rucci. Un agrupamiento sindical en el que los dirigentes no solo pensaban en la convención colectiva de su sector, sino que tenían ideas nacionales. Es notable la cantidad de documentos de esa CGT de muy larga extensión, plenos de conceptos sobre el desarrollo económico y las alternativas para la inserción argentina en la vida mundial”.

Primero, hay que tener en cuenta el paréntesis que puso en la vida institucional de las organizaciones sindicales la dictadura. Muchos de los que generamos la militancia de los gremios a la salida de la dictadura, nos encontramos con que habíamos perdido una generación en el mundo sindical. Teníamos dirigentes que venían desde muy atrás, luego hubo un corte, y entonces venían los dirigentes jóvenes. Esto llevó a un sindicalismo muy desparejo, que se tuvo que ir acomodando. Y, por supuesto, las rupturas orgánicas de los partidos políticos, sobre todo el peronismo, también se traducen en una ruptura orgánica del movimiento obrero. Pero el cambio fundamental se da en la estructura social, cuando un pedazo de la población queda al margen, algo que para los liberales es un factor de regulación de la economía con presión desde la pobreza y para nosotros es inaceptable esa fragmentación social, pero es una puja de ideas que aún persiste, y hoy mucho más. Además, los gobiernos te abren veinte ventanillas para canalizar problemas sectoriales y así empiezan muchas diferencias. Nosotros tenemos en claro que hay que recomponer eso, no es que la CGT en sí perdió horizontes. Lo que pasa es que, en el medio, tenemos que ir haciendo confluir intereses sectoriales, muchas veces potenciados por necesidades... porque cuando la nave va todos navegamos por el mismo canal; pero cuando hay sequía unos quedan varados y otros siguen navegando, ¿no? En aquella época es verdad que el protagonismo del movimiento obrero dentro de la estructura del peronismo y del gobierno era mucho más fuerte. Nuestra idea es recuperar ese protagonismo, y yo creo que lo estamos logrando en alguna medida.

 

Concretamente, ¿qué posibilidades le ves al acuerdo social hoy?

Tenemos dos etapas, porque hay algo que yo no me canso de repetir: nuestro país cae cada cierto tiempo en una crisis y cuando salimos generamos una meseta; pero esa meseta, en cada crisis, está más abajo. Como el país no produce suficientes dólares, no tiene divisas, cuando crecemos en confort los adelantos tecnológicos nos hacen requerir más importaciones, y automáticamente volvemos a entrar en crisis. La única forma de resolver esto es tener una mirada hacia el largo plazo. ¿Qué quiero decir? El país tiene que pensar en un desarrollo científico y tecnológico que le genere un diferencial con la región, partir de nichos específicos de desarrollos potenciales en la economía mundial. Por supuesto, estos son grandes debates. Y esta es la mirada que uno le quiere dar al Consejo de Desarrollo Económico y Social. Esos horizontes tienen que venir desde la política. Por ejemplo, qué hacer con Vaca Muerta. Nosotros no necesitamos energía para exportarla, pagando subsidios al consumo interno y generando ganancias sin riquezas. Ahora si agarrás un caño que puede ir hasta el puerto, pero lo vas pinchando y a medida que lo vas pinchando vas generando industrias que tienen alto consumo energético, y eso genera valor agregado, mano de obra, genera riqueza, entonces eso le da sentido a un desarrollo hacia el futuro.

Pero además de estos grandes planes de futuro, ¿no habría que discutir también cómo salimos de la crisis actual?

Sí, pero hay dos planos de conversación. Uno tiene que ver con lo más cercano: cómo hacemos converger precios y salarios, que son las dos variables que quedan sueltas. Según el esquema de hoy, vos tenés anclado el dólar, que se va a ir moviendo de acuerdo a como se mueve la inflación; tenés las tasas a la baja, que es el costo del dinero; los impuestos anclados, porque la suba de retenciones tiene que ver con un reparto de guita y no con una tasa impositiva real; en ese marco los precios deberían mantenerse firmes, ¿no? Sobre todo los precios esenciales que tienen que ver con la vida. Entonces lo que hay que lograr es que esas dos variables vayan confluyendo para generar mayor poder de compra, impidiendo que ese incremento en los ingresos vaya a precios sino que vaya a volumen, para que en algún momento se de vuelta la curva del crecimiento de la actividad económica. Lo que hay que controlar es que la salida de la crisis no genere únicamente mas ganancias para las empresas. Es cierto que hay empresas alimenticias emblemáticas que perdieron guita los últimos tres años y eso fue por la caída del poder adquisitivo de todo el mundo, pero la recuperación no tiene que ser a la par sino tiene que ser mucho más favorable a los laburantes que a los empresarios.

Es precisamente lo que no parece estar sucediendo, porque los salarios caen y los precios siguen subiendo.

Y por eso en las reuniones que tenemos con empresarios y gobierno, este es un eje de discusión. Alberto lo ha planteado con claridad en varias oportunidades. El ministro de Economía lo reconoció, ante una crítica muy fuerte nuestra cuando estuvimos reunidos la CGT, la UIA y los cinco ministros del gabinete económico-social. No estoy planteando una lucha de clases por los precios y salarios, pero sí tener en claro la responsabilidad, sino es imposible que el país tenga más claridad en la salida.

Lo que pasa es que una cosa es pedirles que por favor no suban los precios y otra es obligarlos o conseguir de alguna manera que no lo hagan. ¿Puede ser que sean los empresarios los que no estén dispuestos a pactar?

El Consejo de Desarrollo Económico y Social tiene que acordar objetivos de mediano y largo plazo, vinculados a la forma de instrumentar el desarrollo nacional, no podemos quemarlo en una discusión coyuntural de precios y salarios. Po ejemplo, no hay futuro si se deja de lado el desarrollo tecnológico. Es condición sine qua non. Nosotros disponemos sólo un 0,5 del PBI para Ciencia y Tecnología, muy por debajo de los países que se han desarrollado en los últimos 40 años: Corea del Sur, Israel, Noruega, Bélgica, el propio Brasil.

¿Vos ves una clase empresarial que estaría dispuesta a pensar un proyecto de desarrollo?

Yo creo que todos los que tienen la guita hundida en el país, el tipo que tiene una máquina atornillada al piso y no se puede ir a ningún lado, que tiene toda su apuesta en este país, ese tipo está dispuesto porque ve que no hay otra salida.

Pero eso ya es de la mediana empresa para abajo.

No, no es así. Te pongo un caso, Roberto Urquía de aceitera Deheza. Produce y exporta granos, produce aceite para el mercado doméstico y también lo exporta. No sé cuáles son las proporciones, pero es una de las grandes empresas del país y no se puede ir a ningún lado, ni siquiera puede salir del pueblo donde están, allá en Córdoba. Y me parece que todos ellos, incluso los sectores de la economía concentrada, probaron el neoliberalismo y se dieron cuenta que no va. El país está peor, tenemos menos empleados, menos producción, menos todo. Ahora, una salida mágica no hay, nadie puede decir "che, mañana resolvemos todos". Por eso hay mucha responsabilidad en ver esto en forma progresiva. Y por supuesto, creo que el empresariado tiene que entender; no quiere decir que vayan a ser generosos, por eso habrá que generar esos condicionamientos para que tengan una responsabilidad social con el país.

Al escucharte uno tiene la sensación de que algo no cierra: tenemos un país que al menos desde hace cuarenta años no para de empeorar, sin embargo para vos la solución parece estar en una mesa donde la misma clase dirigente que nos ha llevado a la decadencia se va a poner de acuerdo para solucionar los problemas. ¿No te parece raro como razonamiento?

Mirá, si no hubiera sido Alberto el presidente, yo me podría sumar a mi historia crítica y tener una mirada negativa de todo. Si hay algo que me gusta es discutir absolutamente todo. Creo que estamos bajo el agua. En muchos aspectos tenemos parámetros muy por debajo en la economía de los de 2001. Pero soy optimista, no tengas duda. Si no lo fuera, me mudaría a una casa y me pondría a sembrar lechuga. Nosotros no podemos no ser optimistas, porque además vemos las potencialidades de nuestro país. Es verdad que la clase dirigente apostó por algunas variables que determinaron que la sociedad hoy esté peor que cuando salíamos de la dictadura y estábamos llenos de sueños democráticos. Pero no creo que la clase política haya destruido al país. Lo que hubo fueron intentos, sobre todo de las derechas, de operar un cambio estructural en el esquema económico y social, que deterioraron la estructura social y productiva del país. Fue así: votamos a Menem y nos gobernó Cavallo. De La Rúa fue peor aún. Y después Macri, que vino a transformar en forma total el país.

 

a la huelga no

Cuenta Héctor que la formación militante de los Daer tiene en su origen la marca del Partido Comunista Argentino. Su papá Amado quedó en la historia por haber ayudado a Neruda a cruzar la cordillera en 1948, cuando el poeta tuvo que abandonar Chile de manera clandestina. Rodolfo, por su parte, lleva el nombre de pila de Ghioldi, el histórico contradictor de Perón. Y militó en “la Fede” antes de pasarse a las filas de las 62 Organizaciones de Lorenzo Miguel.

Pero el menor de los Daer es un dirigente cien por ciento justicialista. Todo su imaginario gremial está imbuido en la lógica forjada por el sindicalismo posterior a la dictadura, para el que un buen acuerdo vale más que mil conflictos. De allí su explicación de por qué la estrategia adecuada para enfrentar al macrismo no estaba en la lucha gremial sino en la esfera política: “A Macri los paros no le movían el amperímetro, porque su objetivo era económico, ¿me entendés? Su objetivo era la transformación económica y social del país, hacia una Argentina muy diferente”.

 

¿Y por qué no le movían el amperímetro los paros?

Porque no sólo no eran un obstáculo, sino que no le hacían perder de vista el objetivo final. Por eso vos le parabas y podías negociar un bono, sobrevivíamos, pero el tema de fondo era la transformación que pretendía hacer.

¿Vos pensás que el tipo de conflictividad que despliega el sindicalismo hoy no es efectivo?

No, ¿cómo no va a ser efectivo? Pero tenés que terminar en un paro por tiempo indeterminado...

¿Y por qué la CGT no fue por una medida más fuerte durante el macrismo entonces?

Porque la salida en ese momento era política y el diario del lunes nos dio la razón. En el peronismo se debatía mucho: había sectores que creían que tendríamos Macri por ocho años y otros decían "hay que echar a Macri". Yo a ambos les decía: "hay que reconstruir poder político, hay que dejarse de joder con que este o el otro es traidor, hay que unificar al peronismo y proponer una alternativa de gobierno". Fue duro, hubo momentos donde la discusión era pública y te machucaban de todos lados. No estábamos equivocados.

La CGT fue en su momento la “columna vertebral", también llegó a ser “la cabeza", durante el radicalismo fue “el otro poder”. ¿Cómo definirías el rol de la CGT frente a un gobierno como el de Alberto?

Nosotros vamos a reclamar permanentemente estar en la mesa de las decisiones políticas, especialmente las que afectan el futuro del país. La CGT tiene intereses propios, pero a su vez representa intereses colectivos. La clave es cómo llevar esos intereses concretos a un esquema de una sociedad en términos globales. En tanto representamos intereses concretos, debatimos en un marco de capitalismo puro: unos invierten y se quieren llevar la mayor parte de la rentabilidad, mientras nosotros queremos recuperar para los trabajadores que son los que ponen a disposición trabajo intelectual y físico.

¿Esa mesa de decisión es la del Consejo Económico y Social o estás pensando en una participación más directa de la CGT en el gobierno?

No, en el gobierno no. Nosotros tomamos una decisión: no se puede estar de los dos lados del mostrador. Ser parte del gobierno es ser parte de la mesa de debate político. No es ocupar un ministerio. Yo les voy a contar una anécdota: un día seis dirigentes sindicales estaban muy enojados con Menem y lo van a ver; habla uno, enfurecido, Menem se la morfa, pero cuando empieza a hablar el segundo lo interrumpe y les dice: "vos y vos no pueden hablar porque ustedes son funcionarios de mi gobierno”.

Seguramente estaba tu hermano Rodolfo.

Mi hermano no estaba. Algunos fallecieron ya. Pero tener la libertad de una representación legítima que llevás al ámbito de discusión, eso es lo que te da espalda. Entonces, lo importante es generar la institucionalidad de un debate importante. Por supuesto, eso no quiere decir que te sientes y acuerdes lo que sea. Es lo que no entiende Lavagna cuando dice "acá los actores sociales no están dispuestos a ceder nada". Es verdad que hoy, sin tener en claro cómo terminamos con la macroeconomía después de la renegociación de la deuda, no tenemos cómo proyectar de acá a dos años. Sería engrupirnos entre nosotros. Por eso hablo de dos etapas: una que tiene que ver con la convergencia de precios y salarios que va en paralelo con la deuda; la segunda con los temas más de fondo.

Siento que hay algo rutinario en esa argumentación, porque son temas de consenso sencillo y un poco abstractos. Pero la realidad pasa por otro lado: los grandes temas de la desigualdad estructural tienen que ver con la distribución de la tierra, con lo inaccesible de la vivienda, con el modelo sojero, con la precarización de las condiciones de trabajo. Son los temas donde hay conflicto.

Vos decís que hay temas de fondo que no se tocan. El rol de la CGT es plantear esas transformaciones, no tengas duda. En el medio el que gobierna tiene que firmar todos los días la administración del país. Entonces, lo principista tiene que tener el desagregado pragmático de la realidad diaria. Por lo menos en esta etapa del país. Si vos me preguntás a mí, los sueños que me formaron no los perdí. Eso me hace también ser optimista, pero el desarrollo de todas esas etapas para llegar a lo que queremos no es fácil. Porque del otro lado también juegan, y las mismas transformaciones que nosotros queremos que se den ellos la empujan para el lado contrario. Y no sólo tienen el 40 por ciento de los votos, sino que lograron personificarlo en una persona como Macri. Entonces, la administración del equilibrio político para ir avanzando es mucho más minuciosa de lo que a veces nuestros sueños y ansiedades quisieran, especialmente cuando se nos empiezan a ir los años. Lo que no tenés que hacer es naturalizar y dejar de lado los objetivos, porque hay una tendencia social en ese sentido.

En esa relación de fuerzas que según venís marcando suele ser asimétrica con los empresarios, ¿no sería la calle, es decir el despliegue de algún tipo de conflictividad, aún durante el gobierno de Alberto, el mejor aval para…?

Primero es el poder político. Por supuesto que si el movimiento obrero pierde la capacidad de hacer daño, daño entre comillas me refiero, si pierde la capacidad de la acción, está en el horno. Por eso, hay que tener el cuidado necesario de armonizar a todos los sectores del movimiento obrero...

 

el padrón corto de Azopardo

Varios días después de celebrada la entrevista, en medio de la emergencia sanitaria, Daer nos dirá por wasap: “Debemos acordar la manera de poner en marcha el sistema productivo, conscientes de que cada sector tendrá sus tiempos y algunos deberán reconfigurarse. El diálogo social será más útil que nunca para reordenar la economía, que deberá hacer foco en la creación de puestos de trabajo de calidad, bien remunerados y duraderos”. Impresiona su fe en un capitalismo productivo capaz de incluir a través del empleo formal, cuando la composición de la clase trabajadora se torna cada vez más precaria y multiforme. Sin embargo, existe entre los principales dirigentes de la CGT un pensamiento elaborado sobre cómo lidiar con esta heterogeneidad de realidades laborales y contractuales.

 

¿Cuándo se elige la nueva conducción de la CGT?

El 22 de agosto se vence el mandato. Aspiramos a incorporar en la nueva etapa a la inmensa mayoría de los sectores de la CGT que hoy no integran el Consejo Directivo.

Son muchos los que no están.

No, el núcleo central está en la conducción hoy. Pero falta Viviani con un grupo, Moyano no está, la corriente está a medias. Y la CTA es imposible que se incorporen, porque ellos tienen tres gremios con personería y tienen sus autoridades, edificios, tienen financiamiento para funcionar, los sientan en todas las mesas en el mismo espacio que nosotros...

Claro, si se subsumen en la CGT pierden peso.

Así es, ¿para qué se van a meter en el zoológico nuestro de 240 gremios?

¿240 son los confederados?

243, sí.

Hay una vieja discusión que me la contó Ghilini que involucra a un dirigente de sanidad: West Ocampo sostenía en los noventa que el secretario general de la CGT tenía que representar a las estructuras que la conforman antes que a la masa de los trabajadores. ¿Vos qué pensás?

Sos representante de las dos cosas. La discusión la planteó Ubaldini porque no tenía sindicato, entonces él pretendía pasar por arriba de todas las estructuras y que al Secretario General de la CGT lo elijan por el voto directo de los trabajadores, lo cual es una locura porque rompés todos los niveles de debate que tiene una confederación sindical. Yo el debate lo tengo en el seno de ATSA Buenos Aires que es mi sindicato; después vengo acá y debato en el consejo directivo de la Federación; y después participás en la CGT. O sea, las condiciones de salario y de trabajo de Sanidad se discuten acá. En la CGT el debate tiene que ver con temas colectivos que involucran a otros actores sociales, al poder político, al gobierno, que decantan hacia las organizaciones sindicales. Las presiones sindicales son de abajo hacia arriba y los temas globales van de arriba hacia abajo.

¿Y ese modelo no deja afuera a toda la nueva clase trabajadora que está sumergida en la precariedad?

Bueno, pero esto trae otro debate. La pregunta sería: los trabajadores de la construcción que son contratados por cooperativas de trabajo y realizan el mismo laburo que el que está arriba del convenio, ¿es justo que tengan distintas condiciones de trabajo y distinto salario porque la crisis lo amerita? Lo que decimos nosotros es que tiene que haber un encolumnamiento de las actividades más allá de la forma de contratación, para que se pueda igualar la calidad del trabajo de unos y otros. ¿Y eso qué consecuencias tendría? Modifica el principio de que un sindicato incorpora únicamente trabajadores en relación de dependencia. Esto también va a pasar con las plataformas, para las que es muy probable que se sancione un estatuto. Lo que hay que hacer es regularlo, aunque no es fácil porque no hay una jornada de trabajo. La realidad es que Rappi tiene la central en Colombia, Glovo es española, y vos decís: "los ponemos todos en la ley de contrato de trabajo". Pero no sé si da, porque si Glovo y Rappi se van los diez mil venezolanos vienen y me prenden fuego. Esto lo digo socarronamente pero es parte de la realidad, porque inclusive existe esa prerrogativa que tienen algunos pibes que te dicen "yo gano guita y laburo en esto porque no tengo problema en hacerlo ".

Lo que vos decías, entonces, es que los sindicatos se van a abrir para agremiar a trabajadores que no son asalariados formales.

No lo pongas así. El sindicalismo tiene que impulsar un debate para ver cómo perforar el piso a los distintos tipos de contratación. Y lograr que esos tipos de contratación no generen trabajo precario indigno, creando las regulaciones necesarias para que eso suceda.

Por lo tanto, las organizaciones que esos nuevos sujetos precarios han construido, como  la UTEP, no entrarían a la CGT sino que sus integrantes deberían incorporarse a los sindicatos.

Lo que pasa es que la UTEP no es un sindicato en términos reales. Es una unión, que en forma transversal genera la incorporación de trabajadores de acuerdo al financiamiento de su sustento o relación, a veces no laboral, sino con el Estado. Hay que evitar que existan trabajadores de primera y de segunda. Este es un debate que tenemos con los compañeros de los movimientos sociales. Uno asume la agenda de los movimientos sociales en lo que hace a la reivindicación de mejorar su calidad de vida, pero en el fondo aspiramos a que no crezca el cuentapropismo o el laburo informal, sino que se formalice.

Lo que pasa es que los trabajadores que ahora están organizados en la UTEP quedaron fuera de la CGT hace varias décadas, porque la CGT achicó su representación y no fue capaz de responder a estas nuevas realidades. Por eso ellos y ellas se dieron su propio proceso organizativo, doblemente meritorio. Pero ahora pareciera que hay una jerarquización de formas organizativas, y ¿cuál es la vara con la que se evalúa qué sindicalismo es virtuoso?

Pero yo no cuestiono la forma organizativa. Es más, no me interesa la forma organizativa. Yo lo que digo es: a trabajadores que cumplen una misma tarea, hay que generarles las mismas condiciones de trabajo. Y para eso nos tenemos que alinear en una perspectiva de debate. Si las cooperativas tienen el financiamiento que les garantiza que un pibe que hace una vereda gana lo mismo que un trabajador que hace esa vereda estando encuadrado en el convenio colectivo de trabajo, a mi no me importa cuál es el mecanismo de contratación. Son debates a largo plazo, pero que hay que dar.

Pero concretamente, ¿la CGT va a evaluar el ingreso de la UTEP?

Es muy difícil ir en contra del modelo sindical que enmarca a la Confederación General del Trabajo, que tiene que ver precisamente con un esquema de principios que no son los de la UTEP. Porque si no, la CGT pasa a ser la “Unión de Trabajadores de la Economía Formal”. Y no es así.

Volviendo al problema de la elección directa de la dirigencia de la CGT, ¿no sería una forma de incorporar a este heterogeneidad real que es hoy la clase trabajadora, yendo mas allá de las mediaciones organizacionales para apostar por un sujeto único y complejo?

No, no son mediaciones. A las tres personas de la Corte Suprema que definen el país no los elije el voto directo ni nada por el estilo. Hay mecanismos representativos que no se rigen por el voto directo y no por eso son menos democráticos.

Pero es difícil encontrar un criterio más democrático que la elección directa. De hecho, la tendencia es ir hacia la elección directa de los jueces.

Pero la elección directa de los dirigentes de los sindicatos existe.

De la CGT no.

Porque la CGT no afilia trabajadores, sino a organizaciones sindicales.

Última: ¿cuáles son los tres dirigentes sindicales argentinos que más admirás?

West Ocampo no cabe duda. Creo que es el tipo más inteligente y con mayor mirada estratégica. Después Rucci. Me quedo con esos dos. Lo que pasa es que yo soy muy crítico, no encuentro fácilmente la perfección en ninguna parte.

Lo que hay que hacer con las plataformas es regularlas, aunque no es fácil porque no hay una jornada de trabajo. La realidad es que Rappi tiene la central en Colombia, Glovo es española, y vos decís: "los ponemos todos en la ley de contrato de trabajo". Pero no sé si da, porque si Glovo y Rappi se van los diez mil venezolanos vienen y me prenden fuego.

 

La versión 2020 de Héctor Daer viene con una barba “salpimentada” que un poco lo rejuvenece y otro poco lo aleja del modelo Carpani. Es alto y se desplaza con largas zancadas. Apagado el grabador lo vemos alejarse con paso desgarbado detrás de nuestra compañera fotógrafa, que vino en short, musculosa, piercing en el orificio nasal derecho y laterales de la cabeza rapados. Gala lo mandonea, le pide que se siente, que se pare, que sonría, que mire para un lado, ahora para el otro. El contraste entre generaciones, género e historia laboral no puede ser mayor. La escena es rara porque las jerarquías aparecen por unos minutos invertidas. Y sin embargo, Daer se adapta bien. Uno diría que incluso se divierte.

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