“El humor es una ciencia” | Revista Crisis
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“El humor es una ciencia”
En junio de 1988, el dibujante brasileño Ziraldo le contaba a la revista crisis que Quino varias veces le había dicho que le había robado sus chistes y él les respondía que cómo no hacerlo, si el humor del mendocino debía ser compartido. Tan mítico como el humorista argentino, Ziraldo reflexiona en esta charla sobre el humor, sus puntos cruciales y los modos en los que la lectura le cambia la vida a las personas.
02 de Octubre de 2020

 

Del humor político a la literatura infantil, toda la trayectoria creativa del brasileño Ziraldo Alves Pinto es un desafío para esquemáticos. Su primer libro en el género, Menino Maluquinho (1980), vendió más de medio millón de ejemplares y, como los restantes textos de Ziraldo, es representado por decenas de grupos teatrales infantiles a lo largo y ancho del Brasil. El humorista brasileño más conocido en el exterior, pionero del chiste político en los diarios y cofundador de Pasquim, se propone en la actualidad "ayudar a que las nuevas generaciones recuperen el espacio íntimo, humano, que la cultura de imágenes le intenta arrebatar”. "Ayudar nada más -agrega en esta entrevista- porque soy un convencido de que el hombre siempre, siempre, busca la sobrevivencia".

 

Al creador de la primera historia en cuadritos en Brasil -Sací Pereré-, que sufrió la censura y la cárcel, cuadra la pregunta: ¿cómo es posible el humor en un continente tan lleno de problemas?

-Mirá, me hubiera gustado pertenecer al primer mundo y haber llevado una vida menos agitada. Pero entonces, seguramente, no hubiera sido humorista. El humor, como yo lo experimento con mis 56 años, nace de los problemas. Sin problemas no existiría. Si algún día el mundo llega a ser justo, organizado, si se concretara la posibilidad de la utopía, no habría humor. Se viviría el humor. Pero el humor como ciencia, como metodología dejaría de ser porque precisamente es un trabajo sobre las flaquezas. La injusticia hace posible el humor.

Un trabajo sobre la injusticia para reparar la justicia.

-Claro, porque el humor es denuncia, es moral y de alguna manera, participante del no-participante. El humor siempre tiene un componente de denuncia, de revelación, de verdad, y la verdad puede decirse filosóficamente, teatralmente, sencillamente o con humor.

La mayoría puede expresar su verdad o la verdad en alguna forma, pero son muy pocos los que lo hacen a través del humor.

-Sí, porque hablamos del humor creativo. La gente tiene humor como disposición del espíritu. Eso es humor con minúscula. Con H mayúscula, como lo escriben los ingleses, es una ciencia, un arte, un modo de vida. Tiene que haber una predisposición para que exista el humor, porque es una manera de enfrentar la vida. Es como enfrentarla haciendo novelas, pintando o mediante la poesía.

En tu caso parece ser también hereditario.

-Algo así. Mi abuelo materno era dibujante, músico, y hacía teatro. Era un tipo muy interesante que yo no llegué a conocer aunque sí recibí toda su historia. Algo de eso heredamos dos hermanos y yo, que somos dibujantes. Pero fundamentalmente el humor es una actitud ante la vida. Fijate,  la vez pasada me invitaron a un programa de televisión que va los sábados. Fui a grabar y el productor se disculpa diciendo que la entrevista se suspendía porque Ziraldo estaba por todos los canales y los medios. Reaccioné después, cuando estaba en la puerta del canal. Pero se me ocurrió que yo tenía que haberle preguntado por el fenómeno que no era Ziraldo sino un humorista brasilero, poco conocido aquí. No soy Nureiev. Entonces, ¿por qué un humorista despierta curiosidad, simpatía? Ese modo de establecer la comunicación es el motivo del humor. Quino atrae tanto o más público que Nureiev en cualquier lado. Por mi parte, yo adivine mi futuro. Siempre, desde pequeño, supe que mi forma de comunicar iba a ser dibujando historieta, haciendo humor en los periódicos. Dibujaba desde pequeño, pero cuando me llevaron con un pintor para que aprendiera, me negué. No quería eso. Yo iba a hacer historietas, como las que vería más tarde en las pocas publicaciones que llegaban a mi pueblo.

¿Qué pasa cuando el humor se enseña metódicamente, como comienza a hacérselo desde un tiempo a esta parte?

-El humor en sí es un método. Es un método de análisis, de conocimiento. Existe la ilusión de que el humorista es un espontáneo. Eso no es cierto en absoluto. Hay una férrea disciplina en el humor porque uno tiene que organizarse en la observación de las cosas, los hechos. Es todo un código. Durante veinte años hice humor político en Jornal Do Brasil, diez años en O Pasquim, hasta que lo cerró la dictadura. Cuando me tomaba vacaciones, me costaba horrores el regreso porque debía someterme a todo un reaprendizaje. Yo era muy esquemático con el trabajo: leía todos los periódicos, escuchaba, veía hasta el último noticiero. Y así encontraba el humor del día. Era casi algo pavloviano; informarme y responder con el chiste. Es increíble lo estricto que somos en nuestro trabajo los humoristas: Quino, Sábat, el mexicano Naranjo. Sin esa obsesión no hay humor. Y en esa obsesión los humoristas nos identificamos, nos hace sentir de inmediato que comprendernos al mundo de la misma manera, que somos una cofradía en seminarios y reuniones de cualquier parte del mundo.

No obstante, hay diferencias en percibir y hacer el humor entre una cultura y otra.

-Obviamente, no es lo mismo el humor argentino que el brasileño. Y con esto de la integración entre ambos países, lo que veo más difícil es hacer humor en conjunto. Los argentinos tienen una vocación por la gráfica de la misma forma que el brasileño por la música. Aquí hay chicos de 14 años dibujando como Picasso en cualquier esquina. Entre los diez mejores humoristas de todo el mundo, tres son argentinos: Copi, Quino y Molinas. Los músicos brasileños y los dibujantes argentinos conquistan al mundo. El estilo de humor gráfico argentino es más cargado, más castizo que el brasileño. Nosotros somos más catalanes, gallegos y negros, y ustedes más castellanos. Los brasileños no salimos a matar al toro, lo corremos o nos corre. Ustedes no, hacen el compromiso de matarlo. El amor que tienen por los muertos es sorprendente: Perón, Evita, Aramburu ... Parecen mexicanos, por el culto a los muertos. Nosotros no hacemos meditaciones sobre la muerte, buscamos quedarnos vivos. En España es igual que acá. Por eso les señalé en una conferencia en Madrid: "ustedes son terminantes; o la virilidad o la muerte: en cambio los brasileños decimos: ninguna virilidad, ¿ve? Pero vivos".

 

¿Y qué sucede con el humor en la televisión? ¿Cómo se llevan?

-Nosotros tenemos una televisión muy poderosa, técnicamente la más moderna del mundo. Esto deshumanizó a la televisión brasileña que es muy ágil, pero muy fría y solemne. La Teleglobo es una de las cadenas más importantes, más poderosas del planeta, y también la más antibrasileña porque nosotros no somos así en absoluto. O sea que la televisión de mi país es el reflejo del sueño de los militares que querían hacer del Brasil una potencia mundial. Se hacen cosas perfectas, cada vez más apartadas de lo humano, y entonces, sin espacio para el humor como reflexión. Ustedes tienen más suerte porque mantienen una televisión de convivencia, íntima, en programas como La noticia rebelde o Sin red. Creo que el futuro de la televisión tiene que ser el de algo más pequeño, sin deslumbrar como lo hace en la actualidad.

¿Cómo entendés el renacimiento del libro infantil en el mundo editorial brasileño?

-Sucede que la humanidad automáticamente se organiza para no sucumbir. Es casi como el oso polar y una cosa no elimina a la otra. Cuando la televisión llegó a los hogares los teóricos de la futurología pronosticaban que la televisión iba a terminar con el teatro, el libro, el cine. Entonces el cine se volvió cinemascope, sin lugar para las historias. Pero no pasó nada. El libro sigue siendo libro, el teatro sigue siendo teatro. El hombre es siempre misterioso. Por ejemplo, en el Brasil, para llegar a la universidad hasta hace dos años, el muchacho tenía que marcar entre cinco o seis hipótesis la que consideraba respuesta correcta. Eso iba a la computadora y así se ingresaba. Hasta que la universidad se llenó de gente que no sabía redactar una frase. Ahora, el ingreso pide una prueba de escritura. En el primer examen reprobó el 80 por ciento de los postulantes. Tras esa experiencia, la lectura es materia curricular en el Brasil, lo que motiva un gran movimiento de autores, ilustradores y consumidores. En la última Bienal del Libro, el 60 por ciento de Ias ventas fue literatura infantil.

¿Cómo se escriben cuentos para niños?

-Un amigo mío tiene la frase perfecta: o es fácil o imposible. Yo salí de mi tierra con la idea de dibujar historietas en Río, y me tuve que dedicar a la publicidad antes que nada para sobrevivir. Y conseguí en ese campo lo que muy pocos. Me destaqué creando un estilo propio en los carteles. Cuando vino el golpe de los militares estaba haciendo chistes políticos y estuve en toda la lucha de O Pasquim, y conocí también la prisión. Después, cuando se dio esa extraña democracia, hice un libro infantil en 1980, y con un éxito tan grande que me pidieron un segundo, un tercero...

¿Pero cómo se salta de la política al libro infantil?

-A mí me gustó siempre la poesía, la pintura. Hice la primera historieta colorida en la prensa brasileña. Tuve una formación pragmática en la gráfica, la tipografía, y hago todo eso, todo, en los libros infantiles. Desde la compaginación y el diseño hasta el texto. Diez años antes hice humor político por encargo y diez años después literatura infantil, también por encargo. Ahora casi no hago otra cosa: soy un abuelito de los niños brasileños, casi un Walt Disney del subdesarrollo. Un día de estos me van a poner una de esas cancioncitas por la televisión... Pero, lo que tiene de maravilloso esto de los cuentos para chicos son sus acercamientos conmovedores, riquísimos. En especial, cuando mis textos se transforman en obras de teatro adaptadas por los mismos chicos. Hay adaptaciones de Menino Maluquinho en Bahía, en Belo Horizonte, en Río, y ninguna se parece a otra.

Si tus libros infantiles se traducen, a pesar de ser prototípicos, ¿cómo no sucede algo parecido con el humor?

-Los libros infantiles tienen todos un gran componente de humor. Yo veo que el humor es como un traje: los hay en todas partes, pero con diseños diferentes. Lo que hace reír a la gente son las mismas cosas, la forma de contar es lo que varía. La gente se ríe de la frustración, del susto, la sorpresa, la cobardía, la injusticia. El niño se conmueve por la humillación, el dolor, la alegría. Es lo mismo en todas partes. Lo que cambia es la forma pero el alma es universal.

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