la inesperada | Revista Crisis
dos meses y un cotidiano
la inesperada
Ilustraciones: Ezequiel García
12 de Diciembre de 2020
crisis #45

Lo dice como si estuviera en trance: “Si yo pienso en algo que me da miedo, viene el miedo y me da miedo”. Algo le gritan. Pero ella insiste: “Si yo pienso en algo que me da miedo, viene el miedo y me da miedo”. No está asustada. Se ve que es un descubrimiento. Una revelación que las demás chicas de seis o siete u ocho años le escuchan. Las hamacas van y vienen con todo. Hacen un silencio bien corto. Y todas, que son bastantes, cantan: “Ahora todo cambió, le toca a ella”. Es una canción de Carlos Isaías Morales Williams. Se la saben entera. Pienso: ¡Si las escuchara Sech! Pero debe estar en Panamá.

Yo estoy en el balcón. Como los viernes de primavera. Como todos los días. Esta vez con el audio de la escena en la plaza de la planta baja. Con la emoción de las cosas que vuelven, de a poco, a ser como antes. Volvieron las plazas, las fascinaciones que vuelan, la humanidad y el reggaetón. Como una vez volvió Juan Domingo Perón. Como volvió también Juan Sebastián Verón. Como decía Gardel. Todavía no está claro qué tipo de regreso será este en modo barbijo. Pero qué lindo escuchar conversaciones. El ruido de una cafetera en un bar. El sonido de las cucharas en las tazas. La voz de la Rosalía.

Cosas que me daban miedo cuando no cantaba Sech pero sí The Police y tenía ocho y me compraban una corbata blanca para la comunión: el baño a oscuras, el señor de la casona de la esquina que salía enfurecido cuando le tocábamos el timbre, la posibilidad de quedar electrocutado en la fuente llena de luces, la directora del colegio, el chico más grande y de cinturón naranja que me revoleaba en judo.

No sé exactamente cómo funciona la memoria de los demás. Pero noto que muy distinto a la mía. Es como si el resto guardara los recuerdos en videítos y yo, en fotos. Como si recordaran los libros que leyeron. Lo que hablaron tal día que no podrán olvidar. Yo no recuerdo casi nada, soy un disquete de 5 y 1/4. Algunas cosas quedan en algún lugar, intermitentes, y a veces se prenden. Como en estos minutos que escribo Gardel y me acuerdo de papá cantando "Yira yira" en el auto nuevo, subiendo el volumen de la radio, imitando la dulzura de la voz de su cantor favorito. Le salía igualito. Creo que ese día tuve cerámica con Mima, que no decía nada acerca de mis defi cientes ceniceros y cajitas. Pero por ahí fue ajedrez o toqué el triángulo mientras un señor igual a Julio Frade se destacaba en el piano. La particularidad de esta memoria es que abre muchas posibilidades. Me permite, por ejemplo, decir cosas influido por otras que alguna vez leí y sin embargo, ni rastros conscientes, cambiarles los nombres a las cosas sin querer, mirar las cosas como por primera vez. Y sentarme a repasar todo como cuando llegó a casa un proyector de diapositivas. De vez en cuando las fotos un poco se borran, se despintan, pero igual se ven. En esta, por ejemplo, tengo el diente de adelante partido: fue en la guardería. Me quedaba simpático.

Estuve en 2020 como en esas notas que cuentan que alguien durante cuarenta años se sacó cada 365 días una foto con el mismo enfoque, en el mismo lugar, para registrar el paso del tiempo en su cuerpo y en el paisaje. Mirar esas fotos siempre me hipnotiza. La repetición y la insistencia. Y los cambios. Un poco como Harvey Keitel con una esquina en Cigarros. Como en Boyhood, que la vi hace un montón, pero que Wikipedia dice que tiene mucho desgarro y sorpresa.

Mi foto inesperada este año fueron los árboles en silencio. Un silencio que dejé correr pero que a veces completé con mis conversaciones conmigo. Si hubiese testigos podrían decir que me volví un poco loco. Pero no.

 

Me pasé el año mirando los árboles por el balcón. Me gusta mirar los árboles por el balcón. Y el viento. El desgarro y la sorpresa, tal cual. Ahora los miro con otros ojos. Hace una semana el dueño del balcón me dijo que tiene un comprador para el balcón y también para el departamento. Todavía tengo unos meses más de contrato. Pero lo cierto es que: querido balcón, ya te empiezo a extrañar, así que te miro bien para cuando no estés. Y te saco fotos. A los árboles, para no olvidarlos, decidí ponerles nombre. Hay uno que tiene cara de Omar.

Cosas que no se parecen a los árboles y que me molestaron mucho y tal vez no pueda olvidar de 2020: el día que esto empezó iba a ver el mar, apenas pude ver a mamá y a papá y un día los vi muy blancos, toda la gente que ante la posibilidad de convertirse en buena ante un peligro elige ser todavía más mala, la desilusión repetida de las cosas que no funcionan y nos hunden, el dólar y la esclavitud a las que nos somete la especulación, las alternativas de los condicionamientos del FMI, Sergio Berni y todos los que no se dan cuenta de que es un huevo podrido, todos los que se parecen de uno u otro modo a él, el cuentito de las inversiones y la libertad usada como un sinónimo de una palabra que signifique libertad para joder a los demás.

 

“La tierra gira alrededor del sol y cada día la luz del sol golpea la tierra desde un ángulo diferente”, le dice Keitel a William Hurt, mientras le muestra sus muchos álbumes de fotos. Sus cuatro mil fotos de la misma esquina, la de la Tercera con la Séptima Avenida en Nueva York, tomadas todos los días a las 8 de la mañana. “Más despacio es lo que recomiendo, ya sabés cómo es, mañana, mañana y mañana, el tiempo se arrastra a un paso mezquino”, le sugiere. Hasta que William encuentra una foto inesperada.

Mi foto inesperada este año fueron los árboles en silencio. Un silencio que dejé correr pero que a veces completé con mis conversaciones conmigo. Si hubiese testigos podrían decir que me volví un poco loco. Pero no. Siento que hay algo de todo esto que tiene que ver con el principio de recursión. Es algo que sirve para la programación de computadoras, para la matemática, para reírse y también para insistir. También tiene que ver con el principio de identidad que parece que un día Parménides defi nió: lo que es es y lo que no es no es. Y tiene que ver también con algo mucho más indescifrable que se llama ensoñación.

Cosas que podría no decir pero voy a decir mientras como una tostada con mermelada: la canción que me parece más parecida a la ensoñación se llama Alegría dispersa y la canta Diosque con Los Besos. Y en una parte dice: ay, este desconcierto con forma de espiral. Y también habla del borde del borde del borde del máximo borde. Y es espacial. Si yo pienso en algo que me da miedo. Si miro los árboles. Si les pongo nombre. Si salgo al balcón. Si escucho conversaciones en un café. Si miro diapositivas. Si oigo a las chicas cantar a Sech. Si se van juntando puntos en mi cabeza de una manera caprichosa e inexplicable, como las fotos de Harvey. Si hablo conmigo, lo que no debería olvidar de decirme es: vamos muchacho, en una de esas ya estamos por dejar atrás todo este lío.

Y debería decirlo imitando a Gardel, obvio.

Posdata: me desperté y tenía un desgarro en el ojo. Pensé que era como una avalancha ocular. De esas que se derrumban cuando perdemos un gol, El Gol, Diego.

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