magia, espíritu y materia | Revista Crisis
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magia, espíritu y materia
Una lectura del libro “Cuando la ciencia despertaba fantasías. Prensa, literatura y ocultismo en la Argentina de entresiglos”, de Soledad Quereilhac.
Ilustraciones: Frank Vega
30 de Enero de 2018
crisis #26

un origen

En el principio fue un cruce. Tres elementos concatenados: un caso extraño, una explicación periodística de vocación científica y luego un escritor que retoma la historia en clave ficcional. Cuando la ciencia despertaba fantasías, de Soledad Quereilhac, podría empezar: “debo a la conjunción de un caso extraño, una nota en la prensa y un relato ficcional el origen de este trabajo”. Efectivamente, como se narra en la introducción del libro, en el centro de la investigación de Quereilhac vibra la frecuente confluencia entre literatura y periodismo que los zigzagueos de la experimentación científica generó entre finales del siglo XIX y principios del XX. Una escena inicial: en 1880 aparece en La Prensa “una historia de una pequeña niña que, noche tras noche, había sufrido el ataque de un extraño bicho a través de su almohada: como un híbrido entre el vampiro y la garrapata, el bicho había succionado su sangre hasta dejarla moribunda”. El artículo, cuenta Quereilhac, se publica originalmente bajo el genérico título de “Un caso raro” y era una más de las muy habituales notas sobre fenómenos extraños que se leían en la prensa de la época. Este raro caso, sin embargo, se vuelve singular para pensar el entramado de la imaginación de esos años del entresiglos cuando encuentre, un cuarto de siglo después, una resonancia importante en el famoso relato de Horacio Quiroga “El almohadón de plumas”, “cuyo argumento era -señala Quereilhac- llamativamente similar a la historia de esa niña”. Con leves retoques en la trama y recurriendo a “procedimientos propios de la literatura”, en 1907, en las páginas de la revista Caras y Caretas, Quiroga convierte en historia fantástica lo que una veintena de años antes circulaba en los diarios como noticia. Del hilo suelto de ese entramado de cruces discursivos tironea el libro de Quereilhac para indagar en el imaginario de una época.

un objetivo

Entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, Quereilhac registra una profusión de discursos (en la prensa, en la literatura, en las publicaciones de los movimientos espiritualistas con ambiciones científicas) “que intervinieron en la construcción de un imaginario vulgarizado de lo científico”, haciendo convivir “las novedades que llegaban desde las academias y universidades con los temas de las ciencias ocultas, el espiritismo y el magnetismo”. Así, los límites entre lo que era y lo que no era científico se volvían difusos: si el positivismo primaba en términos generales, también otras perspectivas producían discursos sobre lo científico a partir de la amplitud de posibilidades que la inestabilidad de lo científico permitía.

El origen del trabajo de Quereilhac conduce rápidamente a un corpus que incluye a los distintos agentes como objetos de estudio. A partir del cruce de las fantasías científicas de la literatura, de las notas “maravilladas” de la prensa y del desarrollo de los movimientos espiritualistas, Quereilhac se propone el estudio de las tendencias generales de “la cultura de la época” hasta reconstruir la “estructura de sentimientos” que le permite recomponer la fuerte sensibilidad social existente entonces frente a “lo científico”. Para esto, por un lado, el libro comienza con un estudio de la prensa periódica de la época (La Nación, La Prensa, Caras y Caretas), donde un amplio público accedió a informaciones que se nutrían de los todavía sinuosos límites entre lo que era y no “científico”, generalmente con noticias que apelaban a la extrañeza, lo maravilloso o la novedad como atractivo para el lector.

En segundo lugar, la autora recupera la historia del magnetismo, la teosofía, el espiritismo y los distintos espiritualismos que aunaban por entonces una perspectiva religiosa y filosófica con ambiciones de rigor científico y que comenzaron a desarrollarse y se multiplicaron en esos años, tanto a nivel nacional como internacional. Como el libro detalla con profusa información y un amplio derrotero anecdótico, estos diversos espiritualismos -en su afán por intentar demostrar científicamente sus creencias- produjeron una importante cantidad de eventos y cursos, gestionaron publicaciones y organizaron espacios de formación y difusión, participando intensamente como productores de imaginaciones sobre la ciencia.

Finalmente, Quereilhac concluye su trabajo con un productivo análisis de la literatura que participa de lo que llama “fantasías científicas”: una de las manifestaciones más particulares de la imaginación científica de entresiglos y en la que se concentra en detalle la segunda mitad del libro.

una estructura

El libro postula una organización en capítulos que ya por su estructura proponen una hipótesis y una perspectiva político-teórica: la literatura, como la prensa y como los demás ámbitos de la cultura, pueden ser leídos como discursos que participan de la construcción de un imaginario público. Describir la especificidad de los modos de participar que tiene cada ámbito de la cultura y las consecuencias que eso conlleva es el objetivo de Cuando la ciencia despertaba fantasías. De ahí que las tres grandes áreas en las que se concentra para recomponer la estructura de sentimientos de la época (prensa periódica, espiritualismos y literatura) se desgranen en capítulos que funcionan en yuxtaposición. Como en los periódicos que estudia la autora, donde noticias y literatura encontraban su forma de circulación yuxtapuestas y en diálogo muchas veces con ilustraciones originales, el libro rechaza la “inconducente pregunta de cómo un arte se relaciona con una sociedad” y en cambio ofrece en cada capítulo el análisis de distintas prácticas y discursos que integran -escribe la autora siguiendo al Raymond Williams de La larga revolución- “el proceso de reproducción de la cultura”.

un mandato

Una historia del uso de epígrafes en los ensayos críticos permitiría catalogar distintas funciones habituales. Una no infrecuente es la función del epígrafe como bandera, como espacio para sentar posiciones y advertir del modo en que se trabajará en lo que viene del texto. Lejano al epígrafe en clave o al guiño de ostentosa erudición, el modelo del mandato y la bandera es el que elige la autora para el epígrafe de Cuando la ciencia despertaba fantasías. El libro (que es una versión adaptada de la tesis doctoral de Quereilhac) inicia su introducción con una frase del crítico marxista Fredric Jameson: “Historicemos siempre”.

Este mandato es parte de la estructura del libro y del modo de componer el objeto de estudio: en la tradición de Adolfo Prieto, Quereilhac sabe que no puede extrapolar el modo de circulación contemporáneo de la literatura al período que estudia en su libro y que la lectura yuxtapuesta con materiales como los de la prensa se impone como imprescindible. Pero también el mandato historicista es el que conduce al análisis de los textos y al estudio de la irrupción de una nueva forma literaria. Aledaña y partícipe de algunas de las formas del género fantástico y de la ciencia ficción, “la fantasía científica” que Quereilhac recorta en el entresiglos es caracterizada no solo por una insistente presencia temática (máquinas extravagantes, fantasmas, espíritus, mediums), sino por un particular tratamiento formal (racionalización de lo sobrenatural, insistencia en la lógica deductiva, en la demostración, etc.) y por ofrecer resoluciones simbólicas bajo la forma de ideologemas (en la acepción de Jameson, nuevamente) a contradicciones activas en la sociedad, como la central oposición entre lo material y lo espiritual.

las fantasías  

A partir de esa perspectiva crítica, Quereilhac diseña la caracterización de las fantasías razonadas y conjeturales que componen las fantasías científicas del entresiglos, “un capítulo cerrado y único de la historia de la narrativa fantástica en nuestra literatura”, y las recorre en cuatro autores centrales de la época: Eduardo L. Holmberg, Leopoldo Lugones, Atilio Chiappori y Horacio Quiroga. Allí analizará el particular modo en que se resuelve el ideologema de lo material/espiritual en cada uno, el modo en que se vincula con los imaginarios científicos vigentes la forma de los relatos que cada autor practica y el uso de la imaginación conjetural que permiten la ciencia y los discursos paracientificistas, como en el caso particular de Lugones y sus estrechos vínculos con la formación en teosofía. El mandato historicista provee un método para el armado del corpus, genera las condiciones para detectar la emergencia de un tipo de textos novedosos vinculados al imaginario científico de la época y también servirá para distinguir a este corpus textual de las futuras inflexiones que tomará el relato fantástico en la literatura argentina posterior. Tal el caso del que practica en los años cuarenta Bioy Casares, donde las referencias a las ciencias ocultas o el magnetismo ya son elementos residuales y no partícipes de la estructura de sentimientos que reconstruye Quereilhac para la Argentina de entresiglos. Así, dadas las diferencias de los contextos socioculturales, la autora estudia cómo la lógica de la “incertidumbre” que caracteriza al relato fantástico entrado el siglo XX se revela inversa a la invención de inquietantes explicaciones de lo sobrenatural que proponen las fantasías científicas de entresiglos.

Escrito con una prosa que sin abandonar el rigor académico recurre al relato y la reposición anecdótica para componer escenarios y climas de época, el libro de Quereilhac reconstruye el imaginario de un tiempo en que “la idea de ciencia no era, en ningún sentido, homogénea ni estable, sino un terreno propicio para proyectar la fantasía”.

 

Soledad Quereilhac

Cuando la ciencia despertaba fantasías. Prensa, literatura y ocultismo en la Argentina de entresiglos.

Siglo XXI Editores

2016

304 páginas

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