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el amor según netflix
Sabemos que Netflix mide preferencias, analiza reacciones y modela nuestras demandas. Sin embargo, en medio de la batalla por la neutralidad de la red, sus nuevas máquinas amatorias -red boxes- se proponen monitorear nuestras expresiones faciales y nuestros cuerpos, inaugurando un nuevo amor sintético y total.
Ilustraciones: Ezequiel García
26 de Octubre de 2018

Conocemos la manera en que Netflix ama a nuestras mentes, pero no tanto la manera en que ama a nuestros cuerpos. ¿Y eso qué significa? En lo inmediato, que todavía nos falta un plano general del modo en que la tecnología digital administra nuestra existencia. Sí, por supuesto, sabemos que los algoritmos analizan nuestros hábitos online, y sabemos que el objetivo es crear una burbuja a la medida de la pereza de nuestra imaginación, afianzada luego por periodistas y “nanoinfluencers” que revenden las novedades como si se tratara de algún hallazgo creativo y no del producto de la gélida probeta del Big Data. Pero, ¿sabemos que esas cámaras frontales de 5 megapixeles en nuestros celulares, tablets, laptops y televisores no son “inteligentes” porque compensen el déficit de amor en Instagram, sino porque registran nuestras reacciones ante los contenidos que consumimos?

Ese es uno entre los discretos “microservicios” de la singular arquitectura tecnológica de Netflix, en marcha mientras 250 millones de horas de video se distribuyen cada día entre más de 190 países.¿Silencios? ¿Risas? ¿Llantos? ¿Ven las plataformas de streaming a clientes satisfechos? ¿O detectan, en cambio, una indiferencia que amenaza con cancelar la suscripción? Estas son cuestiones delicadas aún en Argentina, y no solo porque el dólar avanza mes a mes lapidando la demanda local, sino porque, en simultáneo, crece la competencia planetaria contra plataformas como Amazon Prime Video, una de las subsidiarias de Amazon, que con el valor de un billón de dólares en Wall Street es, por si fuera poco, propietaria de Amazon Web Services, la red de servidores donde no solo se almacenan los archivos de Airbnb o la NASA, sino también los de Netflix.

 

sé lo que me gusta de tu guardarropa neuronal

Si hubiera que catalogar a Netflix como amante, sería importante recordar que su primer gran fetichismo siempre han sido las manos. ¿Qué dispositivo sostienen las personas? ¿Cómo lo sostienen? ¿A qué hora? ¿Y dónde prefieren sostenerlo? La “arquitectura de microservicios” de Netflix es una de las tecnologías más exitosas de internet porque presta atención a estos detalles. Pero, ¿qué es un “microservicio”? En términos sencillos, es un programa diseñado para cumplir una función específica dentro de una estructura más amplia, que incluye muchos otros “microservicios” con otras funciones específicas. La ventaja de esta arquitectura de programación no-monolítica es simple: Netflix opera sin que su estructura tenga que reescribirse a cada instante, conservando el flujo de datos entre sus “microservicios” gracias a una “interfaz de programación de aplicaciones” propia. En castellano, eso quiere decir que Netflix funciona con unos 700 “microservicios” que desean saber quiénes somos y qué queremos desde el momento mismo en que pensamos en BoJack Horseman.

Sí, algunos “microservicios” evalúan de manera atroz nuestra conformidad y otros limitan nuestras expectativas —con listas de lo que vimos y podríamos ver—, pero la mayoría se ocupa simplemente de que Netflix sea seductor. Un “microservicio” debita el pago mensual, otro nos muestra los estrenos, otro los pósters de las películas, otro predice nuestro estado civil y otro observa si nos dormimos. Entre los más importantes, están los “microservicios” que envían el tipo de archivo de video y audio requerido por nuestro propio dispositivo. Y ahí el fetichismo de las manos es esencial, porque para Netflix no es lo mismo si nos conectamos desde un televisor, una tablet o un teléfono, ni tampoco si sostenemos ese teléfono en posición vertical u horizontal, ni si hacemos todo eso en Argentina o Yemen, aunque sean dos países con un índice parecido de inflación. En otras palabras, Netflix sabe que su producto triunfa solo si dispone del mejor archivo de video y audio para cada experiencia posible de consumo, y para solucionar esto (y todo lo demás) en segundos y para millones de clientes a la vez, hace falta más memoria física que la que puede comprar. Es el turno de los “servidores en la nube” de Amazon Web Services.

 

del enigma de la caja negra al amor de la caja roja

Volvamos al principio. Conocemos la manera en que Netflix ama a nuestras mentes, pero no tanto la manera en que ama a nuestros cuerpos. Quizás corresponde asumir una relación entre “lo viviente que es” y “la máquina que fabrica” en la que existimos al mismo nivel que las máquinas (más allá de su “utensilidad”, para decirlo como Muriel Combes en Simondon. Una filosofía de lo transindividual). Esto es trascendental porque entonces la capacidad de las máqunas de pensarnos -y de observarnos amorosamente- se nos presenta como otro relato acerca de los negocios de Silicon Valley. Y, a través de esta mirada maquínica, es como aún experimentamos la totalidad sagrada del amor en nuestra vida técnica. Es cierto que el de las pantallas es un amor cognitivo e interesado, un amor ascético diseñado por hasta 700 “microservicios”, pero es amor al fin. Cuando estamos encerrados en cualquier habitación el mundo está más allá de nuestro entendimiento, pero cuando salimos y caminamos vemos que consiste en tres o cuatro colinas y una nube. A esto lo sabe Netflix mejor que aquellos que se citan desesperados para comentar Luis Miguel, la serie en una fiesta.

Que Netflix sea el mejor cliente de Amazon Web Services y el mayor competidor de Amazon Prime Video debería adentrarnos en la danza macabra de las TELCOS e iluminar la verdad sobre la “neutralidad de la red”, cuyo último capítulo incluye otra batalla de cotillón entre el estado de California y la administración Trump, que derogó las leyes que le permitían al gobierno federal impedir la cartelización de internet entre las empresas que proveen contenidos y las empresas que proveen tráfico. En esta batalla, por un lado están las proveedoras de conectividad (At&t o US Cellular, que vendrían a ser como Claro o Movistar o Personal) que se fusionan con productoras de contenidos (Fox, o Disney, por ejemplo) enfrentadas contra Facebook o Google, que son las dueñas de todos los contenidos de los usuarios -y de sus datos. Amazon, la empresa quizás más poderosa de la tierra, hace las tres cosas juntas, ya que produce contenidos, produce conectividad y también hasta cierto punto posee todos los datos de sus clientes, y por eso Wall Street intenta que Jeff Bezos, su dueño y CEO, divida su empresa en dos y nada interrumpa las ganancias.

Pero mientras tanto, y para asegurar su amor, las viejas cajas negras con el software, el contenido y la tecnología de Netflix convergen en la última love machine (máquinas amatorias): las cajas Open Connect, tan rojas y transportables como un maletín, y entregadas en mano a los principales proveedores de internet del mundo. Estas cajas rojas piensan en ritmos regionales pero descargan sus videotecas desde los principales servidores de Netflix en los Estados Unidos. Esa es la razón por la cual muchas películas se ven algo pixeladas al principio: Netflix todavía tarda algunos segundos hasta ubicar la caja Open Connect más cercana a nosotros y redirigirnos el contenido. Ahí es donde, también, vive la serpiente, la sin cuerpo. Su cabeza es aire y en cada cielo, por la noche, debajo de su cola, se abren ojos que nos miran.

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