¿qué es la crítica cultural hoy? | Revista Crisis
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¿qué es la crítica cultural hoy?
Desde los filósofos europeos hasta la contracultura norteamericana de fines de los sesenta, el crítico siempre se definió como un sujeto fronterizo, capaz de producir una lectura de las obras que reunía estética y política. Mark Fisher fue quizás una de las últimas personas en tomarse esta postura de una forma vital, y no necesariamenteprofesional. En épocas de microblogging, newsletters y youtubers, ¿asoma una nueva figura para el crítico?
Ilustraciones: Nicolás Daniluk
12 de Diciembre de 2020
crisis #45

 

Oscar Wilde sostenía que la crítica es un género en sí mismo. Una práctica que se sustenta en la obra de arte, al igual que el trabajo del artista se afirma en la forma y el color. La crítica trae al mundo una lectura, una “apertura de las amplias vías de las decisiones”, y no solo una descripción de la realidad de la obra a partir de la biografía del autor o la sustantivación de un contexto histórico, aunque estos elementos pueden enriquecerla. Dueño de una prosa radioactiva y una mirada sutil, el crítico Mark Fisher, de amplia recepción en Argentina, desarrolló esta idea en K-punk, el blog que mantuvo activo hasta su muerte. ¿Pero qué pasa cuando los flujos de información se intensifican y la instantaneidad digital conspira contra la temporalidad del papel?

Doctor en Filosofía por la Universidad de Warwick, Fisher compartió vida académica con otros pensadores británicos como Nick Land, Sadie Plant, Kodwo Eshun y Luciana Parisi, con quienes fundó la Cybernetic Culture Research Unit (Unidad de Investigaciones sobre Cultura Cibernética). En el seno de la CCRU germinó la idea de que hay deseos y procesos que el capitalismo hace surgir, pero no puede contener; y que la aceleración de estos procesos empujará al capitalismo más allá de sus límites. El aceleracionismo significó para Fisher la oportunidad de “intensificar y politizar las dimensiones más desafiantes de la cultura popular”.

A inicios del siglo veintiuno, la vida universitaria de Fisher mostraba síntomas de agotamiento. La necesidad de expandir su pensamiento a la crítica musical, el cine y los márgenes estéticos del pop colisionó contra el constreñimiento del ensayo y la burocracia académica. “En las universidades por lo general detestan el modo en que entiendo la teoría a través de la cultura popular”, señaló alguna vez despegándose de la tradición muy británica de los estudios culturales. En K-punk, publicada en papel en tres tomos por la editorial Caja Negra, no teoriza sobre la cultura popular, sino a través de ella. Una postura que lo acerca más de Deleuze y Guattari que a Stuart Hall y el Center for Contemporary Cultural Studies de Birmingham.

En ese sentido, el surgimiento de los blogs le posibilitó saltar el cerco y ampliar su reflexión por fuera de las limitaciones políticas, estilísticas y formales del ensayo. “Comencé a postear en el blog como un modo de volver a escribir luego de la experiencia traumática de hacer un doctorado”, recuerda Fisher en 2010. “El trabajo del doctorado hace que creas que no se puede decir nada sobre ningún tema hasta haber leído todas sus autoridades”.

El surgimiento de los blogs fue una oportunidad para vincularse con la escritura de un modo informal y fluido sin que ello signifique una merma de rigurosidad. Los consumos culturales cotidianos, pequeños, mundanos, son procesados por su máquina teórica para construir con estas informaciones lecturas sobre el funcionamiento del capitalismo tardío. En ella confluyen Deleuze y Kate Bush, The Fall y Baudrillard, Frederic Jameson y los Arctic Monkeys, Los Juegos del Hambre y Bifo Berardi.

El análisis sobre el pop fue su forma de abordar el constreñimiento que el realismo capitalista ejerce sobre cultura y política contemporáneas. La permanencia de ciertas formas estéticas reconocibles que –al igual que las políticas neoliberales después de cada crisis del capitalismo financiero– continúan siendo “las únicas que están ahí”. Cuando el dispositivo retro entra en acción –y cuando el neoliberalismo es la única referencia– perdemos la referencia histórica, el entendimiento racional de porqué las cosas suceden de tal forma y no de otra. La hauntología de Fisher pretendía ser una invocación de los futuros perdidos en la bruma del fin de la historia.

 

1994

El 21 de marzo de 1994, Buenos Aires fue el centro del mundo. Al Gore, vicepresidente de los Estados Unidos, inauguró la Conferencia Mundial de Desarrollo de las Telecomunicaciones en los salones del Hotel Sheraton de Retiro. Gore llamó a la colaboración de “gobiernos, empresarios e instituciones financieras multilaterales”, para construir una “red de redes” que posibilitase el intercambio de información global. Estalla a partir de entonces la digitalización del mundo, un crecimiento exponencial de la conectividad y el desarrollo de plataformas que continúan vigentes en la actualidad (eBay, Amazon, Google). En abril Blur publicó Parklife y en septiembre, Oasis lanzó Definitely Maybe. Dos blasones del dispositivo retro que iniciaron el borramiento de la historicidad que –para decirlo con Mark Fisher– condujeron a la temporalidad detenida actual. Mientras que en diciembre estalló en México la primera crisis financiera de la economía globalizada. Para muchos, significó el punto cúlmine del neoliberalismo que se inauguró en 1973 con el golpe de Estado a Salvador Allende. Sin embargo, la respuesta a la crisis fue más neoliberalismo. A partir de ese momento, a cada crisis del capitalismo global se responderá con la misma esperanza y subsiguiente desazón.

El 21 de marzo de 1994, Buenos Aires fue el centro del mundo. Al Gore, vicepresidente de los Estados Unidos, inauguró la Conferencia Mundial de Desarrollo de las Telecomunicaciones en los salones del Hotel Sheraton de Retiro. Estalla a partir de entonces la digitalización del mundo.

 

Seis años más tarde, la digitalización ya había convertido a bits un amplio reservorio del mapa cultural del siglo veinte. Mientras los hábitos culturales de la población global se reprogramaron con una velocidad y efectividad que la cultura letrada no alcanzó en 500 años. Dos consecuencias se desprendieron de este proceso. Por un lado, el patrón secuencial de la escritura impresa dio paso a la configuración de imágenes, y la mente social tendió a reemplazar lo crítico con una metodología de interpretación mitológica. Por el otro, la razón crítica se encarnó en los algoritmos de recomendación. La disposición moderna a estar informado como condición sine qua non para tomar decisiones racionales, y el rol del crítico como mediador cultural se opaca ante la curadoría en tiempo real de nuestros consumos e interacciones. Los blogs fueron una membrana que por un momento comunicó el espacio alfabético de la crítica con la neohumanidad posalfabética.

El universo hiperconectado y transparente que se presentó al mundo como única opción en 1994, no solo sacrificó la perspectiva lineal de la modernidad, sino que además posibilitó la excepcionalidad de la vida íntima. Los quince minutos de fama que proclamó Andy Warhol como derecho humano se concretan en las redes sociales y cada usuario se transforma en crítico, curador y artista de su propia imagen. Pero, ¿desapareció la crítica como espacio de reflexión?

 

diseño y depresión

El ocaso de K-Punk coincidió con el ascenso de los smartphones y las ventajas comparativas del microblogging, más apto para la inmediatez del celular que para los tiempos de escritura del escritorio. Con estos dispositivos el discurso autobiográfico, lo íntimo, hizo metástasis y viajó por todo el cuerpo social a través de millones de diminutas pantallas. Sin embargo, la crítica cultural no se enterró con Mark Fisher y el ocaso de los blogs. Entre las miasmas de los social media, una crítica de nuevo orden se encuentra en gestación. Un huevo cigoto que se alimenta de selfies, marketing personal y narraciones del yo, construye un dispositivo crítico mutante.

Creadora del canal de YouTube ContraPoints, Natalie Wynn es el resultado de la implosión irreversible de sujeto y objeto, de lo natural y lo artificial. En ese vórtice, montado sobre la estructura de Google, poder y control sobre un todo tecnovivo hiperconectado, Wynn desmonta discursos sociales con la misma gracia que posa como Drag Queen. Mientras que el tardohumanismo, receloso de la tecnología y su contaminación por el capital, se contenta con denunciar la alimentación del narcisismo, la monetarización de la información, la utilización espuria de los datos personales y la decoloración de la comprensión racional de la sociedad, el canal de filosofía política de Wynn cuenta con más de 48 millones de visualizaciones.

Mientras que el tardohumanismo se contenta con denunciar la alimentación del narcisismo, la monetarización de la información, la utilización espuria de los datos personales y la decoloración de la comprensión racional de la sociedad, el canal de filosofía política de Wynn cuenta con más de 48 millones de visualizaciones.

 

La producción de los videos ostenta la misma exuberancia que David Bowie exhibió en las portadas de sus álbumes de los años setenta. Un glam en alta definición, inteligente, divertido y sofisticado. Pero la atracción principal es la propia Wynn. Esta mujer trans, que durante los sucesivos episodios comparte su proceso de feminización, se brinda como una alternativa a los jóvenes que están bajo bombardeo de “un montón de propaganda fascista de extrema derecha y tonterías al estilo de Alex Jones” (dueño del sitio de fake news InfoWars). ContraPoints nace de un contexto político y retórico específico. La necesidad de impulsar el retroceso del desierto mental libertario, el sentido común de los Incels y el discurso Alt-Right que observa en el feminismo y el multiculturalismo una conspiración para demoler la civilización occidental.

Al igual que en K-Punk, ContraPoints se vale de la filosofía para explorar temas que son importantes para Wynn, pero la vida activa y la vida contemplativa, objeto y sujeto, público y privado, ya pasaron por el filtro de comunicación total propuesto por YouTube, Facebook y Twitter. Natalie Wynn juega con el hecho de que durante el siglo XXI toda vida se asume como obra de arte. El primer acierto del dispositivo Wynn es utilizar el grotesco como vía de acceso al nuevo imperativo del autodiseño, la responsabilidad digital de asumir la propia apariencia y el diseño de la vida cotidiana. El segundo es agarrar por los tobillos las tesis antiprogresistas de la derecha y sacudirlas con fuerza. Para ello adopta la argumentación racional como estrategia para derribar con ingenio y humor discursos facilistas, toscos y antiintelectuales, que hacen gala de su ignorancia.

Mientras que el cuerpo acosado por la depresión de Fisher fue modelado por la derrota de la cultura popular progresiva y la crítica letrada, el cuerpo transgénero de Wynn se convierte en un objeto pop en sí mismo. La crítica se asume desde una dialéctica que se expresa en la corporalidad y en la producción de excepcionalidad. En su lucha contra definiciones taxativas, y haciendo una cabriola extraordinaria, en el video Gender critical Wynn demuele con ironía el discurso Feminista Radical Trans-Excluyente (TERF según sus siglas en inglés). Al mismo tiempo que derrumba cualquier destello nickylandniano de abolir o superar el género porque “apuntas a las personas más vulnerables bajo el sistema actual y usas ese sistema en su contra con el pretexto de abolirlo”.

Durante la modernidad la facultad crítica presupuso una estructuración particular del discurso: la secuencialidad de la escritura, la lentitud de la lectura, la posibilidad de juzgar en secuencias el carácter de verdad o falsedad de los enunciados. La ruina de la perspectiva lineal, la saturación de la cultura visual, fue percibida como el fracaso del pensamiento crítico. Sin embargo, Wynn nos transporta a una renovación de la crítica que se hace cargo de la transformación de la intimidad en un exterior, de la visualidad e hipervelocidad de las comunicaciones, de la producción molecular del deseo y la intensificación corporal por parte del capital. Como en el aikido, Wynn desvía la máxima de que la verdad ya no es develamiento sino diseño y construye su propio dispositivo crítico. Quizás su potencia radique en la conquista de espacios de libertad y autonomía para la reflexión, una práctica política concreta para anteponer a este tiempo de derrota y depresión.

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