todo el año es carnaval | Revista Crisis
conurbano caliente / doradopalooza / murgas verdes
todo el año es carnaval
Los corsos de El Dorado son jaranas gasoleras y “tranquilas”, que le ponen el pecho a la malaria económica general y a los posibles bardos entre guachos. Menos careta que los tinglados porteños, autogestionan la seguridad para que convivan la doña y el malandrín, la vagancia y el laburante, el vampiro y las demonias. Noches robadas en los arrabales de Quilmes.
26 de Marzo de 2020
crisis #41

 

Una viejita con cara de mala y un rosario colgando masculla unas palabras inentendibles y sacudiendo el dedo índice en cámara rápida reta a unas pibitas que, cada vez que gira para mirar el escenario, se hacen las boludas y le tiran espuma en la cabeza. Un toque más allá un pibito arma un montón de espuma en la mano, como si estuviera por afeitarse, pega un saltito y pumba... en la cara a un flaquito más alto que lo mira con cara de ojete. Otra pibita se deja mirar por un pibito que se encandila, y cuando se distrae se come un espumazo en la cara y la risa del grupo de amigas. El movimiento constante de la cantera sub 12 y sub 15 contrasta con las doñas que aprovechan para mirar el desfile de murgas y tomar la fresca sacando las reposeras. Un cincuentón en pantuflas de cuero se pasea con un archipiélago de espuma en la pelada, mientras varias familias se aprietan al borde del cordón y graban videítos con el celu.

Las esperadas noches de corso en el barrio El Dorado, corazón de Quilmes Oeste, se visten de fiesta a lo largo de casi cuatro cuadras repletas para vivir un entretenimiento gratuito y al aire libre, apto para todo público y a bajo costo en un verano conurbano caluroso, con aires acondicionados apagados, bolsillos laburantes reperfilados y mucha presencia discursiva de los que nacieron así: con el corazón austero y la sangre tibia.

Un garaje con rejas deviene buffet de ocasión y el don junta a la familia y distribuye tareas a grito pelado, mientras apura a la madre casi anciana para que salga el combo estrella de birra de litro y cono de fritas a 170 pe. “Es el carnaval, señora”, tira un gordo con cara de buda, ojos de pirado y remera de Luzbelito que hace maldades de espuma y se ríe a carcajadas de sus propias travesuras. En estos saturnales conurbanos se alteran un poco las relaciones de fuerzas: el núcleo festivo y las tropas gedientas salen a la cancha pública sin el estigma a cuestas, y un tácito bancátela se le puede oponer a las fuerzas ortivas. El buen clima que se respira tiene detrás de lo espontáneo un trabajo artesanal sobre las sensibilidades barriales.

Así lo explica Martín, uno de los directores generales de la murga “Los Apasionados” que organiza el corso del barrio hace diez años: “Si bien no hay una comisión que organice qué va a vender cada vecino todos tratan de poner su impronta. Nosotros con la murga vendemos espuma, Paty, choripán, centro de entraña, pero se puede entrar con comidas y bebidas. Ciertas libertades que se ven los días de corso tienen un trabajo previo muy grande. Siempre tratamos de que cada persona pueda encontrar un lugar en la murga: pintar un bombo, escribir una canción, hay gente que colabora pero no desfila. Vamos tanteando al barrio de diferentes maneras para ir viendo lo que pasa: hacemos campeonatos de fútbol e invitamos a los ensayos; vendemos locro un 25 de mayo o pastelitos el 9 de julio e invitamos a los ensayos; todo el año le damos rosca. Colaboramos en actividades y movidas que quizás no tienen que ver específicamente con el carnaval, pero sí con el desarrollo cultural del barrio”.

 

bonito y barato

Para decorar colgaron de un cordel de esquina a esquina un cartel y ropas de todo tipo –lilas, rojas y amarillas–, que en el inconsciente barrial recuerda a las zapatillas colgantes; pintó porque hay ingenio sin tener un mango para hacer cosas con materiales reciclables y en el mismo gesto atraer la colaboración de vecinos y vecinas para que donen sus prendas y se puedan poner a jugar con los estigmas que pesan sobre los barrios populares. Es que escucharon por ahí que en los balcones de edificios chetos está prohibido colgar la ropa y eso despertó alguna risa: “Queríamos demostrar que somos de un barrio obrero y popular y que no tenemos vergüenza de eso, la sociedad está siempre rependiente de la ropa, te la mira todo el tiempo: sos lo que llevas puesto”. La cantidad de colores que cruza el cielo se continúa abajo con las espaldas de las levitas, esas burlitas a las aristocracias de antaño que muestran variopintos mapas de símbolos: lenguas de los Stones, Piojos, Patricio Rey y La Renga, pañuelitos de las Madres y pañuelitos verdes, caritas de Evita, el Che, gauchito Gil, imágenes de los Simpsons, Batman, kittis y minions, escudos de fútbol, lunitas, banderitas de Argentina. Las lentejuelas brillan al igual que el glitter y el maquillaje en los rostros transpirados. Se olfatea una lejana ráfaga de paraguayo que se fuma con respeto.

Como salido de ninguna parte vuelve a aparecer el gordo ricotero que, al declararle mi pertenencia al culto y convidarle un trago de cerveza, decreta a los gritos y a las risotadas que ahora nadie me tire espuma: “acá tenés impunidad”. 

El corso popular y “tranquilo” es una conquista sin garantías que requiere estar pillos a lo que pueda pasar en el evento; pero también un aprendizaje de la experiencia de tantos años agitando el avispero. “Es un corso tranquilo porque se sabe que los que lo llevamos adelante somos gente comprometida a pleno con el barrio. La gente nos ayuda, es una fiesta que el barrio espera año tras año. Nos preguntan, nos piden murgas, la vagancia nos ayuda porque saben que también es un espacio donde nos cuidamos entre todos y que se puede ir con la familia. Hubo corridas, ha habido hechos otros años, pero fuimos aprendiendo. A los vecinos les pedimos que las birras las vendan en vasos de plástico y no de vidrio porque es mejor”, dice Martín dando cuenta de lo importante de ese detalle que supone evitar el ruido a vidrio roto como anuncio de la llegada de algún recién nacido quilombito.

La jarana del corso en el “Doradopalusa” tiene agentes visibles; un verdadero comité de defensa que lo sostiene en el cuerpo cada día de su vida y que hace el trabajo militante, pero también hay agentes ocultos de la solidaridad barrial que mantienen pegado al barrio incluso por sus partes más disparatadas para que se descontrole pero no se pudra feo. “En el corso pasa algo y vos ves que salen esas vagancias de cuarenta, cincuenta que durante el año no los ves casi, pero sabés que están ahí y al corso vienen; los ves como saliendo a respirar; a ver qué pasa en el barrio, y después cuando te los cruzás te tiran buena onda. Recuerdo a uno, vago-vago eh, que me paró el año pasado y me dijo: yo espero todo el año el corso y cuando desfila la murga me hace emocionar y no sé por qué”. Malandrines o laburantes, vampiros que oímos nombrar y pocas veces vemos, mantienen una relación emocional fuerte con el territorio y se alegran de que las nuevas generaciones activen cosas en el barrio. Ejércitos de la noche clandestina que funcionan como una seguridad no contratada, utedycs espontáneos que si se pudre irrumpen en escena y todo vuelve a su lugar. Esa seguridad interna, además del cuidado propio de la trama barrial, descansa en el superyó materno y en una pedagogía constante con los grupos de pibes que pueden llegar a descocar; después de todo, pudrirla en la fiesta del barrio es privatizar al pedo lo que te rebalsa y hacer la de siempre cuando estamos en una distinta: “por un lado creo que la cara de enojada de tu vieja puede parar cualquier batahola; cuando le decimos a algunos pibitos ‘mirá que le cuento a tu vieja eh’, muchos se calman al toque. O tratamos de dirigirnos a los chicos que están en la esquina escabiando y si vemos que están zarpándose mucho les pedimos con buena onda que traten de divertirse, de ir a hablar con alguna piba, a jugar al carnaval, queseyó. Igual, por las dudas tenemos también un par de berretines antidisturbios, ja, de esos para usar en emergencias y que tiradas desde arriba del escenario funcionan”, cuenta uno de los organizadores.

Ejércitos de la noche clandestina que funcionan como una seguridad no contratada, utedycs espontáneos que si se pudre irrumpen en escena y todo vuelve a su lugar. Esa seguridad interna, además del cuidado propio de la trama barrial, descansa en una pedagogía constante con los grupos de pibes.

 

simpatía por las demonias

La imagen del barrio no tiene tufo a viejo ni se enfrasca en vinagres de nostalgia. La investigación de las variaciones sensibles del territorio es una de las claves del laburo político de los y las más de doscientos integrantes de los Apasionados: “es una murga que va mutando todo el tiempo, es por eso que nosotros tratamos de que la gente que lleva adelante este proyecto trate de rotar o de siempre tratar de incluir a cualquier persona con ganas de meterse. Por eso nos empapamos de todo lo que está pasando. Una de las cosas que fuimos cambiando es el rol de la mujer. Imaginate que las murgas de Capital tenían más de sesenta años y tenían entre sus tradiciones el baile separado de hombres y mujeres, etc. Tratamos de meter los debates sociales en la murga, debates que están en el barrio y que ha costado afrontar porque son filosos como el tema de la legalización del aborto”. 

Se está atento a las mutaciones porque se cree que lo que viene va a ser mejor: estar muy metidos en las fuerzas del presente y en los nervios que las recorren, que contienen información para ampliar la imaginación política y evitar caer en un tango. Los mandamientos implícitos podrían ser: que no se corten las fugas gedientas que sostienen las vidas de carnaval; que no se pierda y se pueda recuperar el mejor legado de la vieja escuela; y, sobre todo, que se puedan dar las disputas más o menos silenciosas, más o menos cuidadosas, con otros realismos vecinales que tienen la capacidad de bloquear esas mutaciones. Porque los vueltitos de esas bajadas de línea siempre están al acecho: “Una vez estábamos haciendo una jornada de difusión del carnaval en la plaza en donde ensayamos –recuerda Martín–, que compartimos con los evangelistas porque ellos ahí montan su escenario. Nosotros para no pudrirla nos alejamos unos metros, yo estaba meta agitar haciendo difusión, hablando de todo, invitando a las familias. En eso veo que me dejan una carta en el piso; cuando termino de hablar la abro y leo: ‘Les decimos con mucho respeto que lo que hacen es una fiesta del diablo y que Lucifer los va a encontrar a todos cuando se vayan al infierno’”.

 

En gran parte de los barrios populares del conurbano sur, dejás un bombo y unos platillos en el piso y te crece una murga. Ese movimiento vital continuo parió un carnaval feminista. El barrio San Valentín está ubicado al toque de la Avenida Pasco, en una zona fabril en los confines de Bernal Oeste. Ahí Mary, una militante de tracción a sangre, siempre atenta a las demandas de la vecindad, activó hace unos ocho años un carnaval barrial que pegó mucho en la gente y quedó medio como tradición de febrero. Hacía tres años que no se hacía y este año invitaron a la murga “Títeres de Nadie” que armó un corso autogestivo y feminista: “siempre tratamos de meter la realidad de a poco en el barrio –porque a veces cuesta plantear ciertas cuestiones. Esto repercutió y gustó, pero sí se criticó mucho a una de las murgas que les pareció muy agresiva”, dice sonriendo. “Se pueden decir las cosas de otra manera”. La noche del domingo, mientras desde el escenario la murga en cuestión tiraba munición gruesa, un par de pintas se tomaban tranqui un vinito en jarrita de plástico y se miraban medio sorprendidos como diciendo: “fua, ¿todo eso somos?”. Pero se quedaron escuchando y acusando recibo.

Mary insiste en que, a pesar de que no les gustó “el tono”, lo tomaron a bien y bancaron un carnaval distinto: “el barrio respondió”, sintetiza. Y fue una inyección anímica para recargar a la barrita militante que venía en bingo fuel. Carolina integra “Títeres de Nadie” y comparte el entusiasmo: “la propuesta fue devolver el carnaval al barrio. Estuvo el autito ese que hace la publicidad anunciando el corso, el carnicero que dio los choris, la panadería el pan. No vendimos alcohol apostando a la participación de la familia, a que sea un carnaval sin violencia. Vinieron compas de Solano, Avellaneda, ‘Pacha Moma’ que es una murga de mujeres de Rafael Calzada. Es interesante problematizar lo que dice la compañera sobre los diferentes tonos que tienen que tener los discursos en el feminismo. Esa murga que dicen que sonó agresiva es de Solano, de compas que también la resufren”.

En gran parte de los barrios populares del conurbano sur, dejás un bombo y unos platillos en el piso y te crece una murga. Hacía tres años que no se hacía y este año invitaron a la murga “Títeres de Nadie” que armó un corso autogestivo y feminista.

 

fin de fiesta 

Es la madrugada del lunes y el corso del Dorado se está desarmando. De atrás me tocan la espalda y cuando me doy vuelta veo la cabeza del gordo que se le eyecta del cuerpo como si fuera un arlequín con resorte saliendo de esas cajas-chasco. Se me ocurre que es un Momo-Rey que se pasea sin corona y con las llaves de la ciudad; en una sociedad tan antifiesta habría que clonar su gen-gediento, sobre todo pensando en las nuevas generaciones y su cada vez menos nivel de ricoterismo en sangre. Un perro bebe del agua del cordón en la que quedan flotando gusanitos de espuma. Mañana, con la resaca a cuestas, recogerán la basura los pibes de la recolección. La amplia familia murguera desmontará el escenario en un rato para dejar piola el barrio, sin olor a meo ni mugre en la vereda del vecino o de la vecina, que quizás en un par de horas se levanta para ir a laburar y que no se le envenene el recuerdo de lo bien que la pasó hace apenas un rato.

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