clarín, un leviatán con los pies de cemento ajado | Revista Crisis
clarín, un leviatán con los pies de cemento ajado
Alejandro Galliano escribió sobre Clarín, la era Magnetto, de Martín Sivak
Ilustraciones: Frank Vega
20 de Junio de 2017
crisis #22

 

Con la democracia la empresa se hizo carne. O al revés. La era Magnetto completa la historia de Clarín comenzada por Martín Sivak en El gran diario argentino, con un cambio fundamental: allí donde la primera parte se presentaba con el logo y el lema clásicos del diario, ahora es el CEO el que ocupa la escena, con un perfil imperial en la portada, bastante parecido a una foto del Perón tardío que circuló en los setentas, que deja ver las arrugas, la mirada acuosa y el apósito cubierto con piel en la garganta. La primera parte de la historia giraba en torno a nombres propios como Noble o Frigerio pero ahora la empresa se funde con el hombre, y el resultado final describe mejor a la primera que al segundo.

El libro de Sivak relata de forma ordenada y muy documentada la historia de Clarín a partir del año 1982, luego de la puesta en marcha de Papel Prensa y de la gran purga de frigeristas. El diario quedó bajo el doble comando de Magnetto y de Marcos Cytrynblum, gestor de las reformas que le permitieron masificarse en los años setenta.

La transición a la democracia fue dura. Hacia adentro, el diario enfrentó un conflicto sindical que terminó con despidos masivos; hacia afuera, la necesidad de recoger temas hasta entonces exóticos a sus intereses desarrollistas, como la democracia y los derechos humanos, que lograron incorporar con el lubricante del discurso humanista de la Iglesia Católica. También fue tortuosa la relación con Alfonsín, a quien no pudieron arrancarle la derogación del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión, que le impedía al grupo adquirir radios y canales de televisión, algo que Magnetto consideraba vital para la supervivencia de Clarín. Pronto el CEO pasó a la acción directa: ocupó ilegalmente Radio Mitre, mantuvo turbios intercambios con los carapintadas y almorzó con Menem en La Rioja el mismo día que este aceptó asumir la presidencia anticipadamente.

El nuevo gobierno benefició a Clarín con la privatización de Canal 13, en una licitación que dejó afuera a Julio Ramos y a Héctor R. García, y Magnetto coronó su triunfo expulsando a Cytrynblum del diario. Fue el fin del periodismo artesanal y el comienzo de la modernización industrial a cargo de Roberto Guareschi: el rediseño, los talleres de periodismo, el Olé, la incorporación de aires de revista y Clarín Digital. Sin embargo, el diario no bajó sus banderas de imprecisión ideológica: direccionó su discurso alivianado hacia un sujeto lector creado por él mismo, “la gente”, la clase media centro-progresista cómoda con la convertibilidad pero mansamente crítica de la corrupción y la exclusión social. Sobre esa melodía tonal y pegadiza, Clarín giró hacia la oposición dosificando munición gruesa, como la denuncia por el tráfico de armas, mientras apostaba por la Alianza y, en particular, por Chacho Álvarez.

El diario acompañó con titulares amables la tragedia delarruísta casi hasta el último día, mientras encaraba un nuevo conflicto sindical con despidos masivos y gendarmes. La modernización había endeudado a Clarín en dólares y el fin de la convertibilidad amenazaba con arrasar con el grupo. TN podía desaparecer. Durante el gobierno de Duhalde, Magnetto encaró un lobby poderoso al frente de diversos combinados empresariales, mientras la dueña del diario era acusada de adoptar chicos apropiados durante la dictadura. Finalmente, la ley de bienes culturales operó el salvataje. Clarín enterró a los muertos causados por la crisis y acompañó al gobierno de Duhalde y a su sucesor natural. El nuevo presidente permitió la fusión de Cablevisión y Multicanal en el último minuto de su gobierno. Más allá esperaban el conflicto con el campo, la Ley de Medios y después.

 

una trama de retratos y relatos

En la investigación de Sivak los registros, las historias y los relatos se empalman. Es la historia de una empresa económica y política que se enrosca hasta los intestinos de la historia política y económica de un país.

Abundan los retratos: Blank viendo su ascenso corporativo obstruido por sus lazos con la Coordinadora, Sabat odiando en silencio al Morales Solá cuyas editoriales debía ilustrar, Bonelli trepando sobre Muchnik a fuerza de newsletters y un paciente pasilleo ministerial. Por allí también asoma el actual enfant gâté Rodrigo Cañete firmando una nota muy convencional y careta en defensa de la salvadora ley de Bienes Culturales.

Y la dueña, Ernestina Herrera, que cruza el libro como una reina sin carroza, preocupada por mantener la columna de Cora Cané, su compañera del té, y por evitar que el diario hable mal de los perros o de Giordano, su peluquero, mientras Magnetto sostiene con ella una pálida historia de cortejo, obsecuencia y contención.

Pero la investigación de Sivak también es el friso de una clase política que, hasta la llegada de Chacho, temía a Clarín pero leía La Nación, como lo hacían sus mayores. Los políticos no saben leer las nuevas costumbres de la sociedad que habían ayudado a modernizar: todavía diez años después de haber purgado a los frigeristas el diario era visto como un “órgano desarrollista”.

Sin duda, la mejor galería es el capítulo de los malditos del año 93: los anticlarinistas Krasnov, Asís, Ramos, Kelly y Bilardo. Una serie de biografías dignas del escritor Roberto Bolaño, que es también una anticipación de los conceptos que vendrían: el monopolio, los nietos expropiados, el análisis de las tapas, el poder real, las miserias internas.

Entre tantos buenos retratos, los empresarios son mucho más borrosos. Moneta, el CEI (Centro de Economía intenacional), los Saguier, todos los agonistas de Clarín, excepto Ramos, circulan por el libro como mercancías desprovistas de aura literaria e ideológica, y caducan con la velocidad de un bien de cambio. Lo mismo pasa con el protagonista del libro, pese a la voluntad del autor.

 

fantasmas de cemento

Quizás el carácter opaco de los empresarios de la era Magnetto sea el reflejo del brillo oscuro de Clarín, la empresa que se modernizó dentro del cascarón grisáceo y paternalista de un edificio viejo de la calle Tacuarí, siempre envuelto en la nube de portland de las refacciones y ampliaciones constantes, encerrado en el microclima asfixiante de la calefacción en invierno, la refrigeración en verano, los fantasmas internos (Noble, Frigerio, los despedidos del 82) y externos (el bullying de Página/12, los malditos) y los tics de una cultura corporativa capaz de moldear a sus hombres hasta los huesos: solo basta ver los rostros actuales de Leuco o Blank, que entraron al diario como traviesos jóvenes de izquierda.

Ese edificio claustrofóbico que devora a sus moradores, gótico porteño y verdadero protagonista del libro de Sivak, es la encarnación de una empresa que se hibrida constantemente. Nacida como proyecto político, eligió crecer en el mercado sin renunciar al cabildeo, el lobby y la construcción de un discurso público. El autor señala que, mientras Televisa y O Globo se volcaron al entretenimiento para despejar la mesa de negociaciones con cualquier gobierno, Clarín nunca dejó de producir contenido potencialmente conflictivo ni de obligar a los gobiernos a dividirse entre conciliadores y anticlarinistas.

Todo esto parece responder a una lógica más profunda: la de un capitalismo argentino que oscila eternamente entre el potlatch y la acumulación primitiva y un Estado que es poco más que un tinglado de buenas intenciones, inercia y kioscos infeudados. Argentina aún es tierra yerma y la supervivencia aquí depende de tocar las cuerdas de la política y la economía a su debido tiempo, sin soltarlas jamás. Las recurrentes citas al Marx de Frigerio en boca de Magnetto a lo largo del libro grafican esa estrategia: entender a la política desde la economía y a la economía desde la política. Un Leviatán de mercado capaz de inventar a su propio representado, la gente, para después venderle un diario. Por eso, el CEO despreciaba la prioridad política del alfonsinismo ante la urgencia de la economía, de igual manera que el candor librecambista de Ramos se comportaba ante una estrategia política de crecimiento empresarial. Por eso Magnetto repite que la prensa independiente depende de la independencia económica. La base determina la superestructura.

Sin embargo, esa hibridez crea sus límites. El diario no puede conjurar la maldición Noble de no fabricar presidentes: su mejor creatura, Chacho Álvarez, fue el mayor bluff de la democracia. Pero tampoco puede sostener un liderazgo como empresa: rehuyó de las asociaciones empresariales hasta que no pudo más y escudó sus intereses privados en el interés general, invirtiendo aquella sincera máxima de la General Motors: cuando al país le va bien, a Clarín le va bien. Ese velo cayó en 2002, cuando Clarín tuvo que ponerse al frente del lobby más poderoso y dramático de su historia, que Sivak describe en uno de los momentos más altos del libro:

“Muchos congresistas (…) vieron por primera vez que la empresa encarnaba en una persona. Magnetto era una figura casi mitológica (…) También por vez primera vieron a los lobbistas en los palcos, atentos para tomar notas de las distintas posiciones en el recinto…” (p. 366)

La empresa se hizo carne, el capitalismo era de verdad. “Verlo a Magnetto”. No todos lo lograron, ni siquiera dentro de Clarín. Solo hay dos registros audiovisuales del CEO, la demonización del gobierno lo hizo leyenda. El hecho de que no coma y hable a través de una lata no contribuye a humanizarlo, por cierto. Sivak pudo verlo, y las partes más intimistas de esos diálogos aparecen en el Epílogo, que fue publicado parcialmente por revista Anfibia. Luego de describirnos al edificio voraz, a la empresa de la vida, al capital encarnado, cierra su libro con una crónica sobre el contador austero y anticuado, rodeado de muebles viejos y un tocadiscos, que pasea por el campo pensando en su retiro, viñetas ilustradas con fotos de Instagram y citas a la cuenta de Twitter de Marcia Magnetto.

Ese cierre no logra disipar la idea que fue decantando a lo largo de todo el libro: que Magnetto no existe, es un producto del capitalismo argentino, quizás un síntoma del lamentable capitalismo argentino. La carne se hizo empresa.

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