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crónica íntima de un campeón mundial
¿Qué se siente ser campeón mundial? En esta hermosa crónica escrita paso a paso desde Qatar, nuestro cronista registra los momentos más íntimos de una experiencia que nunca vamos a olvidar. Los reporteros de distintos países con quienes convivió, los afectos que a la distancia viajaron con él y la conexión eterna entre nuestros dos genios futbolísticos, tan distintos pero reunidos por una misma conquista: la de forjar al héroe colectivo que ayer levantó la copa. Del Diego a Lionel, somos un solo corazón.
Fotografía: Gala Abramovich, Fotografía: Rodrigo Abd , Fotografía: Télam
19 de Diciembre de 2022

Foto: Rodrigo Abd

Es domingo 13 de noviembre. Estamos en la puerta del cementerio privado en el que reposa Diego. Preguntamos si se puede pasar. Sabemos que no. Nos quedamos un rato ahí, al borde de la ruta. Nos sacamos fotos en los murales que hay en la esquina de enfrente. 

De repente Nico saca del bolsillo una postal de Maradona con la pelota cerca de la rodilla y los brazos en pleno movimiento. Atrás, escrito a mano, leo: Te extrañamos, Diego. 

Están nuestras firmas. Y la fecha. Y un paréntesis que dice: A una semana de Qatar.

Dejamos la ofrenda entre unas ramas del alambrado del cementerio y nos vamos.

Foto: Rodrigo Abd

Silvina

Para la navidad del año pasado Silvi nos regaló un cuadrito con fotos de Diego. En el mío, además, incluyó una imagen de Oliver Atom. Uno de los mejores regalos que recibí en mi vida.

Enseguida lo puse en mi escritorio, para verlo todos los días. Y lo vi. Todo el año, todo el tiempo. 

Mi hermana es maestra. Lo que hace es admirable: todos los días trata de que treinta y pico de niños y niñas reciban algo de todo lo que recibió ella en su vida. Algo, un detalle, una palabra, un dibujo que los haga tener la sonrisa que tiene ella. 

Así durante años y años.

Hace unos días charlé con ella y sus alumnos. Les conté mi experiencia en Doha y en los partidos. Abrían los ojos tan grandes que no les entraban en la cara. Esa expresión de sorpresa ante algo inverosímil es la misma que veo en Silvi cada vez que el mundo es horrible o hermoso. Una perplejidad de niña.

Foto: Rodrigo Abd

Sofa

A Sofa no le interesa mucho el fútbol. Hace cinco años y medio que me ve gritar y llorar porque ganamos, porque perdimos. Me ve inquieto cuando se acerca un partido importante. Recibe las decenas de fotos que le mando cada vez que voy a la cancha. 

Pero le interesa esta Selección, porque le importan mucho la narración y la épica. La manera en la que se construye un personaje heroico. El rechazo necesario a las figuras antagónicas. 

Vimos juntos toda la Copa América. En los minutos finales del partido con Brasil la vi nerviosa como nunca. Y salimos abrazados a festejar a las calles de Buenos Aires.

Ahora Argentina está por jugar con México en la segunda fecha del mundial y hay nervios, muchos nervios. La derrota con Arabia Saudita dejó al equipo al borde de algo que no queremos nombrar. Entonces Sofa me manda una foto. Es el cuadro que me regaló Silvina. Pero delante tiene una vela prendida. Ahora es un santuario. Sofa se apropió del regalo de mi hermana y lo convirtió en un rito nuestro, íntimo, pero universal. Una invocación. 

El Mundial lo vivimos estando muy lejos. Pero lo vivimos juntos de todos modos.

En unos días vamos a encontrarnos y nos vamos a abrazar y a besar por la épica y por el amor y por la tierra en la que nacimos. 

Foto: Gala Abramovich

Dominik y Mateusz

El conductor que nos lleva a Khawr al Udayd se llama Asis. Nació en Qatar, y durante todo el viaje en su 4x4 nos hace escuchar una especie de reggaetón qatarí que termina por meterse en la cabeza sin resistencia de nuestra parte.

Los pasajeros somos cuatro. Tres polacos y yo. Dominik y Mateusz son los que más hablan. El otro solo filma en silencio.

Khawr al Udayd es una ensenada cerca de la frontera con Arabia Saudita en la que el Golfo Pérsico se mete en el desierto. Dos inmensidades que se mezclan. 

Por momentos la camioneta va casi de canto sobre la arena. A veces Asis acelera mucho en bajada y a veces en subida. Todo se mueve demasiado. Pero el premio es un paisaje sobrecogedor. Brazos de agua se meten en ese polvillo seco y beige. El sol se pone cerca de las cinco de la tarde, y todo toma un color naranja por unos minutos.

Me hago amigo de los polacos. Al final de la excursión nos espera una cena temprana. Antes de entrar al salón, Mateusz y yo nos quedamos quietos, en silencio, mirando el mar. Estamos pensando lo mismo. No necesitamos registrar el momento con la cámara. No queremos. No buscamos hacer el intento de capturar esos segundos inasibles. Cada uno lo atesora como puede.

A riesgo de quedar como un snob, les menciono mis lectura de Gombrowicz y Szymborska. Dominik me dice que tengo que escuchar a Sanah, una cantante polaca que musicalizó un poema de la vieja Wisława. Me da el link, que dejo para escuchar después.

Ya a la noche, en el hotel, pongo el video. El poema de Szymborska se llama "Nada dos veces". La versión de Sanah es muy emotiva. 

Nada ocurre dos veces

y nunca ocurrirá.

Ningún día se repite,

no hay dos noches iguales.

¿Y por qué tú, mala hora,

te enredas en un miedo inútil?

Eres, pues estás pasando,

pasarás —es bello esto.

Sonrientes, abrazados,

intentemos encontrarnos,

aunque seamos distintos

como dos gotas de agua.

 

Pabitra

Es la noche anterior a la final del mundo. Ceno con Pabitra, a quien conocí el primer día que llegué al centro de prensa de Doha. Es una manera de dar cierre a todas las horas que pasamos viendo trabajar al otro.

Nació y vive en Dhaka, capital de Bangladesh. Está casado y tiene dos hijas. Es la cuarta vez que cubre una Copa del Mundo. 

Es obsesivo y trabaja muchísimo. Se pasa horas en su escritorio. Pregunta todo. A qué edad fue padre Enzo Fernández. En qué estado está la crisis económica argentina. Si está lesionado Messi. No quiere perderse ningún detalle.

El motivo por el que adora el fútbol es Diego Maradona. Y dice que Lionel es un fenómeno. Fue, en silencio, a ver todos los partidos de Argentina en este mundial. No es ruidoso como los cientos de miles de compatriotas suyos que festejan cada triunfo de nuestra Selección. Pero detrás de sus anteojos un poco antiguos se puede ver que en ese hombre pequeño habita tanta pasión por la pelota como pueda imaginarse. Es mi amigo, ahora.

Foto: Rodrigo Abd

Bittel

Él sabe perfectamente que parece un personaje salido de la ficción. Usa siempre un traje que le queda un poco grande. Es gracioso y todo el tiempo sonríe. Su peinado y sus gestos hacen inevitable pensar en el Peter Sellers de La fiesta inolvidable.

Nació en Túnez, pero el gran ídolo de su vida es argentino. Hasta no hace tanto tiempo tuvo en su habitación un póster de Gabriel Omar Batistuta. Está desesperado por conocerlo en Qatar. Quiere saber en qué hotel se aloja, o en qué programa de televisión van a entrevistarlo. Dice que la mayoría de sus contraseñas incluyen en alguna parte la palabra batigol. 

En el entretiempo de la final del mundo me llega una captura de su última historia en Instagram. Está con Bati. Me alegro por él porque sé que esa máscara es la de un tipo que necesita alguna felicidad.

 

Amine

Es hincha de Boca. De Diego y de Román. Usa palabras como carajo, laburo o chabón. Pero nació en Marruecos, y su equipo hizo historia en este Mundial. Lo vivió como hincha y como periodista. Hablé muchas veces con él. Siempre fue lúcido, cálido, apasionado. El día que la selección marroquí perdió con Francia vi, a lo lejos, la tristeza que había en ese hombre. Me di cuenta de que no quería hablar con nadie. No me acerqué siquiera. Al otro día volvimos a cruzarnos y habló, más que nada, de orgullo. 

Nos buscamos y nos encontramos después de la final. Nos metimos a saltar en un festejo a los gritos. Quedamos en vernos en Buenos Aires y en ir juntos a la Bombonera. 

 

Reem

Cuando Argentina le ganó a Croacia nos quedamos dos horas cantando afuera del estadio. Primero éramos diez. Después cien. Después mil. 

Más tarde, camino al subte, las pasiones se fueron calmando. Fue en ese momento, en el indicado, cuando se me acercaron dos adolescentes. Una chica y un chico. Miraron mi camiseta y me preguntaron si había nacido en Argentina. Se miraron de manera cómplice ante la respuesta. Ella sacó una postal de su bolso y me la regaló. Dijo que ellos eran qataríes, y que querían agradecerme por estar en su casa. 

No se me ocurre manera más perfecta de terminar una noche como esa. 

Foto: Diego Tomasi

Mike

Durante el Mundial trabaja hasta trece horas por día. Camina, consulta, entrevista. Se cambia la camisa, se pone la corbata, se la saca. Nació en Beirut, Líbano, donde aprendió a amar al fútbol cuando vio jugar a Raúl González en el Real Madrid. Después conoció a Messi y quedó fascinado.

Su relación con Maradona es cercana porque lo conmueve la manera en la que, con una pelota, buscó derribar los prejuicios sobre el sur italiano. Estuvo en Nápoles, entrevistó a Diego Jr, y ahora su sueño es conocer Argentina para pisar la tierra de Diego y de Lionel. Mike busca las huellas de los dioses del fútbol. Como nosotros.

 

Javier

Nos conocimos poco antes del Mundial. Terminamos siendo compañeros de habitación un mes entero. Dormimos en horarios cruzados la mayor parte del tiempo, y aún así entablamos una relación que, creo, es para siempre.

Es muy fácil hacerse amigo de Javier porque los engranajes de su comportamiento están aceitados por la lealtad y la generosidad. 

Foto: Gala Abramovich

Betty

Mi vieja es hincha de Racing. Tenía quince años cuando la Academia salió campeón del mundo contra el Celtic, en Montevideo. Estaba en Concordia con su abuelo y fueron a festejar golpeando cacerolas al borde del río. 

Hace muchos años que no le importa tanto Racing como ver felices a sus hijos. Por eso, cuando juega Boca -aunque sea contra su equipo- quiere que ganemos nosotros. Nos vio crecer llorando de alegría y de tristeza por una pelota. Ahora que somos adultos la cosa no cambió. Está siempre atenta, y si ganamos nos manda un mensaje apenas termina el partido. Si perdemos no. Sabe que mejor no. 

De ella heredé esa manera de sentir todo el tiempo la emoción en el borde de las palabras. 

Su amor se extiende a nuestros héroes por carácter transitivo. Quiere que Messi sea feliz porque le interesa que nosotros seamos felices.

Todo esto es también por ella.

 

Carlos

Mi viejo me enseñó a ser hincha de Boca. Eligió mi nombre por Maradona. Me enseñó a patear y me enseñó a vivir intentando no hacerle la vida difícil a los demás. Me enseñó de música y de política y me enseñó la importancia de hacer lo que a uno le gusta. De él heredé cierta tendencia a exagerar, a dramatizar, a vivir todo como si no hubiera mañana. Me hinchó infinitamente las bolas para que no dejara de escribir. Lo logró, finalmente, y se lo agradezco todos los días, porque no sé vivir en otro lugar que no sea en la seguridad que dan las palabras escritas.

En 1986 no teníamos televisor en casa. Carlitos me llevó todo el Mundial a ver los partidos en un bar. Para la final cambió de lugar, y me lo contó muchos años después. Lo acusé de ponernos al borde de la derrota.

Después entendí que la suma de supersticiones que se acumulan ante un partido de fútbol son maneras de narrarnos a nosotros mismos. De pensarnos como parte de un ritual que nos excede y que no es otra cosa que cierto fervor por la manera caótica que tiene el mundo de funcionar. 

También entendí que el ritual del 86 no era ver los partidos siempre en el mismo bar, sino siempre conmigo. 

Foto: Rodrigo Abd

Nicolás

Mi hermano tiene ocho años menos que yo. Es adulto hace mucho tiempo. Sin embargo, en mi cabeza sigue siendo un niño. Es lógico. Me acuerdo del día que nació, de la primera vez que le pude hacer upa, del pelo largo que el viento revoleaba cuando empezó a jugar a la pelota. 

Conozco pocas personas que sean tan buenas en todo lo que hacen. Nico es un maravilloso jugador de fútbol, de básquet, de vóley. Lee como casi nadie y piensa la literatura como a mí me gustaría pensarla. Escribe tan bien que dan ganas de llorar. 

Y además es el mejor hincha de fútbol que vi. Se amarga lo suficiente cuando perdemos, festeja con el corazón cuando ganamos. Está muy emocionado por mi viaje a Qatar. Los dos sabemos, sin decírnoslo, lo que esto significa en nuestro vínculo. De alguna manera él está acá conmigo, y yo estoy allá con él.

Advierto, si es que no lo sabía desde antes, que siempre pienso en Nico cuando hay un partido de fútbol. Me entristecen el doble las derrotas de solo imaginar lo que él estará sufriendo. Me alegran dos veces las victorias porque lo sé feliz.

Hoy Nico es campeón del mundo, y yo no puedo pedir más.

 

Diego

En los últimos días estoy en estado de congoja permanente. Una especie de llanto contenido. Se amontonan cosas: la emoción por estar en la final del mundo, las finales que perdimos -y que tantos años lloré-, la ausencia de Diego, la experiencia absurda de estar en Qatar viendo jugar a Messi.

Pero no es solo eso. Hay algo más que recién descifro a último momento. Durante el último año pensé que este viaje era, sobre todo, una aventura personal. Gestioné todo por mi cuenta, hice mil trámites, volé solo, vi los partidos sin conocer a los que cantaban alrededor. Ahora, con esta congoja encima, me doy cuenta del carácter colectivo de todo esto. Muchísimas personas me trajeron hasta acá. Sofa, Nico, Silvi, Betty, Carlitos, mis amigos, mis compañeros de trabajo, la gente que conocí en el camino, Román, el Diego, Lionel. Acá estamos. Sonrientes, abrazados.

Foto: Télam

Lionel

Es 18 de diciembre. Escribo esto varias horas después de terminada la final de la Copa del Mundo. 

Lionel Messi acaba de jugar el torneo de su vida y acaba de darle la razón a Szymborska. Nada dos veces. Él no iba a perder dos finales del mundo, porque no había manera de que se permitiera eso. Ahora él es una estampita para siempre: la de su boca besando la copa. 

Durante años le exigimos demasiado a Lionel. Le exigimos que fuera Diego. Que fuera Lionel más Diego. 

Es cruel pero tiene sentido que le pidiéramos tanto. Somos argentinos. A todo le exigimos todo. No pedimos menos que la vida. La vida por la patria, la vida por Perón, la vida por la camiseta. Es una desmesura que nos vuelve únicos, incomprensibles. 

Por eso esta Copa del Mundo significa tanto para nosotros. No significa mucho: significa todo.

La noche se vuelve madrugada. En unas horas un avión me va a devolver a la vida de antes.

Pero no. La vida de antes no está más. Nada sucede dos veces. Ahora, en la mochila con la que viajé, tan llena de gente que quiero, hay una Copa del Mundo. Y está ahí porque Lionel (los dos Lioneles) y sus amigos dieron todo. 

Por la camiseta, por la gente, por la gloria. 

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