apurando al capital | Revista Crisis
después de la estampida / un fantasma recorre la máquina / ensayo
apurando al capital
Ilustraciones: Ezequiel García
18 de Mayo de 2018
crisis #32

 

Entramos en la era del reformismo permanente, un proceso en el cual el gobierno se propone acelerar su “gradualismo” para formatear a la Argentina a imagen y semejanza del capitalismo eficiente, moderno y posible que aprendió a admirar. Esas reformas chocarán inevitablemente con instituciones, derechos, valores y costumbres en los que los deciles más bajos de la sociedad se resguardaron por años de las inclemencias del mercado y la patronal.

Movimientos sociales de todos los colores se preparan para una batalla despareja en la que, al desánimo de llevar todas las de perder, se suma la consciencia triste de estar defendiendo algo malo para evitar algo peor: un presente de servicios públicos reventados, trabajo precarizado de hecho, retraso tecnológico y un 20% de pobreza inamovible desde fines de los noventa. Enfrente, un gobierno de CEOs se arroga toda esperanza de modernidad, de progreso. Esa postura defensiva condena a la izquierda a ir a la zaga de un capitalismo al que solo aspira a limitar con un áspero programa de estoicismo e indignación que, como un disco de vinilo, se percude a medida que gira sobre sí mismo.

Hay, sin embargo, otra tradición de izquierda que, herética, apuesta por lo contrario: acelerar las transformaciones sociales y tecnológicas del capitalismo hasta superarlo como sistema económico. La compilación de Mauro Reis y Armen Avanessian Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo (Caja Negra, 2017) nos trae una selección de textos sobre esta propuesta que, descabellada o no, nos permite discutir la relación entre izquierda y capitalismo en esta hora de derrota.

 

faster, Capital! Kill! Kill!

La voluntad de acelerar el capitalismo más allá de sí mismo no es nueva. Es una tradición que va desde el Marx del Manifiesto comunista y las Grundisse, pasando por el Lenin fordista y el maoísmo occidental, hasta el giro ultraizquierdista de la filosofía francesa en los 70: Lyotard, Baudrillard y, especialmente, Deleuze y Guattari en Capitalismo y esquizofrenia: “Pero, ¿qué vía revolucionaria, hay alguna? No retirarse del proceso, sino ir aún más lejos en el movimiento del mercado, de la desterritorialización, acelerar el proceso”.

En la década siguiente, de la mano de Reagan y Deng, el capitalismo efectivamente fue más rápido. Para cuando el rizoma deleuziano aterrizó en la Inglaterra posthatcherista ya era demasiado tarde: Nick Land comenzó ponderando el movimiento desterritorializador del capital en su Meltdown para terminar despeñándose hacia la derecha contra el “miserabilismo transcendental” de la izquierda resentida, infeliz y obsoleta: “Probablemente habrá siempre un anticapitalismo de moda, pero cada uno y todos pararán mientras el capitalismo—identificándose cada vez más estrechamente con su propia autosuperación—será siempre, inevitablemente, la última novedad”.

 

hacia el neoliberalismo y más allá

Alex Williams y Nick Srnicek, dos profesores de filosofía británicos, intentaron refundar un aceleracionismo de izquierda. En mayo de 2013 colgaron en la web su manifiesto #Accelerate y luego ampliaron la propuesta en Inventing the future, editado por Verso Books en 2015. Critican la miopía de Land (velocidad no es aceleración, el capitalismo no puede pasar a otro nivel en tanto limite las mismas energías que libera) pero también la inercia de una izquierda aturdida por 30 años de neoliberalismo que prefiere refugiarse en una “política folk” de enclaves locales de resistencia y relaciones no capitalistas.

Para romper esta inercia #Accelerate propone tomar al mundo allí donde el neoliberalismo lo dejó y llevarlo más allá de lo que el capitalismo pueda tolerar. Apropiarse del despliegue sociotecnológico posfordista y redirigirlo hacia una suerte de comunismo millennial de robots, ingreso básico universal, wifi abierto e identidades deconstruidas para tod@s. Para ello la izquierda debe imitar el formato político de los think tanks neoliberales: grupos pequeños e influyentes que sepan articularse con el dinamismo social. “La autoridad del Plan debe ser unida al orden improvisado de la Red”, sintetizan, hasta lograr una “hegemonía tecnosocial tanto en el ámbito de las ideas como en el de las plataformas materiales” camino al poscapitalismo.

 

el posmoderno Prometeo

Más allá de la urgencia poscapitalista, la propuesta aceleracionista nos confronta con una serie de problemas existenciales: ¿qué será del hombre en una sociedad completamente automatizada? ¿Qué será de la naturaleza en un mundo de organismos genéticamente modificados? ¿Qué será de nuestras almas cuando un algoritmo piense por nosotros?

A 200 años exactos del nacimiento simultáneo de Marx y de Frankenstein, la izquierda actual parece haber tomado partido: una desconfianza instintiva hacia cualquier manipulación de la naturaleza fundamentada en la conciencia medioambiental y la crítica a las corporaciones pero con constantes recaídas en la tecnofobia.

A ese reflejo ludita el aceleracionismo le contrapone una suerte de Iluminismo on steroids: autodominio colectivo, máximo control de la sociedad sobre sí misma y su entorno, el sueño prometeico de cambiar al mundo y al Hombre mismo en nombre de la Razón. Radicalizados por el llamado “giro especulativo” filósofos como Armen Avanessian, Reza Negarestani o Ray Brassier (miembro de la CCRU, Cybernetic Culture Research Unit, que supo dirigir Nick Land) denuncian a la deconstrucción y la teoría crítica como cómplices inconscientes del neoliberalismo con su izquierdismo miserabilista y su analfabetismo tecnológico, detrás del cual se deja ver el temor religioso de alterar un “orden natural”: “La condena a todo intento de manipular fenómenos es el tipo de sentimentalismo que perpetúa las características más objetables de nuestra existencia”.

¿A cuánto mundo pueden proveer las huertas orgánicas y pymes autogestionadas que la izquierda opone a Tesla y Bioceres? ¿Y a cuánta gente le interesa sinceramente vivir en ese mundo?

 

la vida neoliberal

La nueva izquierda se turnó para discutir la propuesta, empezando por el venerable Toni Negri que, no sin criticar su determinismo, saludó a #Accelerate como la versión anglosajona del comunismo inmanentista, que no busca escapar del sistema sino trabajar con el material que este ofrece. En definitiva el aceleracionismo es una suerte de izquierda neoliberal: toma las transformaciones del posfordismo no como una catástrofe sino como un nuevo punto de partida. Una sociedad cuyos datos (desregulación, consumidores-productores, difusión del formato empresa en todos los recovecos de la vida) pueden ser premisas para la emancipación.

Más que una ideología o una política económica, el neoliberalismo hoy es un estilo de vida que nos subsume hagamos lo que hagamos. Avanessian señala que la idea romántica del artista autónomo, flexible y creativo, más tarde extendida al académico, prefiguró al sujeto neoliberal, el emprendedor que se supone que todos debemos ser. Luego de Thatcher, apunta Steven Schaviro, todos somos aceleracionistas, intensos de mercado. La transgresión pasó a ser la norma y la propuesta del #Accelerate se pierde como una lágrima en la lluvia.

Benjamin Noys, autor de Malign Velocities: Accelerationism and Capitalism, concluye que el aceleracionismo es una fantasía académica: sumergirse en la tecnología sublimada para huir del malestar del mercado de trabajo, de la vida neoliberal. Por eso carece de un sujeto. Es que ¿a quién moviliza el programa de apurar al capitalismo, más allá de los hipsters universitarios?

En este punto, la experiencia local puede complementar la propuesta aceleracionista.

 

¿es posible un aceleracionismo en Argentina?

Es esperable que una doctrina política y económica pensada en las condiciones del Primer Mundo sufra al aterrizar en capitalismos periféricos. Es cierto que podemos “saltar etapas” y dejar que la revolución termine el trabajo que el capitalismo nos debe, tal como nos enseñaron los bolcheviques o Mao, pero la sola mención de esos ejemplos debería disuadirnos de tomar esa vía.

En la Argentina, la memoria colectiva atesora experiencias aceleracionistas de tranco corto y final dramático en 1981 y 2001. El capitalismo, apunta Franco Berardi, ha mostrado sobrada capacidad para beneficiarse de cada catástrofe, mientras cada ronda de “destrucción creativa” laceró un poco más el tejido social.

Por otra parte, en nuestra región la “política folk” ha tenido un desempeño notable en condicionar el despliegue del capital. No solo por la conformación de regímenes populares y defensivos que gobernaron por años; sino también por la relativa sustentabilidad que han demostrado varios de sus “enclaves no capitalistas”. Sin ir más lejos, la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), un sindicato de informales, es la organización que más agresividad y dinamismo ha demostrado para negociar con el nuevo gobierno un flujo de dinero ajeno a toda rentabilidad.

Aún así el éxito de la CTEP en movilizar a las “nuevas subjetividades” convive con su insistencia en presentar a sus cartoneros y piqueteros como “trabajadores”, tributo a una cultura industrial que aún define valores. Aquí el aceleracionismo quizás sí tenga algo que decirnos: en una conferencia de 2014, Srnicek aventuró que la desindustrialización, leída como retroceso por la izquierda y el desarrollismo, puede ser una vía al poscapitalismo. Así como la destrucción de las economías agrícolas durante el siglo XIX fue un momento traumático tras el cual surgió una sociedad más próspera, con valores y sujetos progresistas, hoy la desindustrialización puede conducirnos a una sociedad poslaboral merced a la automatización total y el establecimiento de un ingreso básico universal.

Si el futuro será poslaboral, el imaginario industrial del pleno empleo puede terminar siendo una rémora al servicio de la estigmatización de desempleados y planeros. Una adecuada educación aceleracionista puede ayudarnos a incorporar a los nuevos sujetos sociales con visión de futuro, más allá del pobrismo paternalista de los “valores villeros”: en el futuro casi todos seremos, de un modo u otro, planeros.

Es en este plano, el de la cultura política, más que en su arrogancia materialista, en donde hace su aporte el aceleracionismo, una herejía que, a la sazón, moviliza a más filósofos y críticos de arte que a ingenieros y economistas.

 

mirada speed: por una cultura política aceleracionista

El malogrado Mark Fisher, otro crédito de la CCRU, sostenía que el aceleracionismo debe intensificar y politizar esas dimensiones desafiantes de la cultura actual. Ni la celebración miope del capitalismo ni la “melancolía de la izquierda”, limitada a la defensa inútil de reliquias sociopolíticas sin proyección alguna, son alternativas políticas válidas. Sin embargo, apunta Noys, el aceleracionismo del siglo XXI padece “sensibilidad cronopática”, es incapaz de imaginar el futuro. Por eso no inspira expresiones futuristas como lo fue la música electrónica a fines del siglo XX.

Es curioso que Fisher abomine de la melancolía y las reliquias políticas cuando cierra su Realismo capitalista reivindicando el poder inspirador que mantienen los bizarros edificios del socialismo tardío y la supernanny cultural de la BBC welfarista. El correlato estético de la sensibilidad cronopática, que Noys no encuentra, es el pop fantasmagórico que artistas como Burial o el sello Ghost Box elaboran sobre las reliquias sonoras de aquellas raves y aquella BBC. Espectros y futuros extraviados son los temas de Ghosts of my life, el último libro que Fisher entregó a la imprenta antes de suicidarse.

 

ghost in the machine

El aceleracionismo tiene una hermana pálida: la hauntology, juego de palabras entre haunt (fantasma) y ontología. Ambos nacen casi juntos (1994 el Meltdown de Land; 1993, Spectres de Marx de Derrida); y ambos abrevan en las mismas fuentes: el Manifiesto Comunista (también hay fantasmas en el 18 Brumario) a través de la filosofía francesa. La hauntology estudia la marca cultural y política de aquello que no está presente ni ausente, imágenes y voces del pasado que aún nos condicionan en el presente.

El mismo Noys señala que una de las ironías del aceleracionismo es que sus partidarios vuelven a menudo al pasado: ya Land añoraba la amenaza de Kruschev de enterrar al capitalismo, el propio #Accelerate reivindica a la cibernética soviética de los 60 y el Cybersyn de Salvador Allende. El ansia aceleracionista expresa el trauma de una incumplida promesa de futuro, que ya es pasado: las vanguardias, las 15 horas semanales de trabajo que Keynes profetizó en 1930, las imágenes sci fi con las que se educó una generación que hoy sigue viviendo en un planeta de petróleo, sudor y escasez. El imperativo aceleracionista es volver al futuro: recuperar aquél horizonte de expectativas con el que el capitalismo impulsó al mundo durante treinta años de guerra fría y otros treinta de neoliberalismo y dirigir esa energía para atravesar la última barrera: el capitalismo mismo.

El progreso tal como lo conocemos es un invento del capitalismo, al igual que los derechos individuales lo son del cristianismo y desde el siglo XIV fueron empleados para combatir la autoridad de la Iglesia. La apropiación izquierdista del progreso es una tarea larga y sinuosa. La política folk aísla a la izquierda de la líbido colectiva; el aceleracionismo sin sujeto ignora los bolsones de pasado que impulsan nuestras ansias de futuro. Noys nos invita a tener en cuenta la obsolescencia, la fricción entre las diferentes velocidades que contiene una sociedad compleja. Festina lente solía decir Octavio Augusto, que en una vida fundó el Imperio Romano: acelera despacio.

Desde el Facundo a la ESMA, Argentina es tierra de fantasmas. Muchos de ellos son económicos: la crotoxina, la nave estratosférica que nos llevaría a Japón en una hora y media, el tren bala de Buenos Aires a Rosario. Fantasmas que viven en la grieta que hay entre las aspiraciones cosmopolitas del argentino medio y los recursos con que cuenta el país. Esa líbido modernizante hoy eligió al macrismo para que dañe lo que haya que dañar con tal de avanzar, pero tarde o temprano se verá frustrada otra vez.

Cambiemos no es aceleración: en términos materiales es un consorcio de banqueros, contratistas y caudillos parroquiales cuya meta es quitar un par de piedras del camino para el empresariado de siempre y crecer al 3%. Treinta años de democracia le enseñaron que demasiado consumo, demasiados dólares en las manos equivocadas, son tan peligrosos como un shock. Su imaginario político no deja de ser un fanatismo del presente: el algoritmo difícilmente puede acelerar cuando se alimenta del patrón y la costumbre. Cuando la crisis del 2001 cumpla 20 años el fervor reformista deberá estacionar y tendremos más o menos el país de siempre. Será el momento de movilizar las energías aceleracionistas de esta sociedad histérica hacia un nuevo cambio. Que esa vez el cambio sea de izquierda y esté en nuestras manos. Festina lente.

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