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el dueño de la moto-sierra de oro
Blairo Maggi, o mais grande sojero do mundo, acaba de ser nombrado Ministro de Agricultura por el nuevo y patético gobierno de Brasil. En esta entrevista realizada hace unos meses en su despacho senatorial, cuando aún respondía a Dilma, el magnate de Mato Grosso desborda optimismo y locuacidad. La pedagogía de la soja, un insólito ecologismo empresario y el perverso liderazgo en una burguesía nacional transformada por el capital financiero.
Fotografía: Paula Carrubba
13 de Mayo de 2016
crisis #10

L os cultores del desarrollismo en Argentina arrastran desde siempre una curiosa angustia existencial: la falta de una burguesía que sea capaz de conducir el proceso de crecimiento económico con inclusión. Un brillo intenso reluce en sus ojos cuando aluden a la clase empresarial brasilera. Sin embargo, aquellos capitalistas del cordón industrial de San Pablo, con su correspondiente “otro yo” proletario, que alimentaban el imaginario de una nueva potencia antropófaga e integrada, han cedido su supremacía ante la pujanza del capital financiero y el renacimiento de los agro-negocios.

La familia Maggi es una de las principales exponentes de estos nuevos fazendeiros. Blairo, propietario de al menos veinte millones de hectáreas, vendría a ser su estrella más deslumbrante. Todo comenzó en la lejana década del sesenta, cuenta el multimillonario, cuando “mi padre se mudó a Paraná en busca de oportunidades para su familia. Por ese entonces él estaba vinculado a la industria maderera, pero luego se pasó de la industria extractiva a la agricultura, una vez que el cultivo a gran escala llegó a la región sur de Brasil.”

El crecimiento de la soja implicó la expansión de la frontera agrícola hacia la zona denominada “el cerrado” y los desmontes llegaron también hasta la selva amazónica.

“Nosotros oíamos los relatos de los diarios y de otras personas que comenzaban a ver el centro-oeste de Brasil como una posible área de producción. Hasta la década del setenta esa región era desconocida, pero Embrapa (Empresa Brasileira de Pesquisas Agropecuarias, vinculada al Ministerio de Agricultura, fue creada en 1973 con el objetivo de transferir tecnologías al sector agroindustrial) empezó a realizar investigaciones y consiguió que la acidez del suelo se reduzca, creando las condiciones mínimas para producir. Como las tierras eran muy baratas se generó una migración del sur de Brasil hacia las regiones de Mato Grosso y Goiás. Nosotros vinimos en esa leva. En 1979 mi padre compró la primera propiedad en Mato Grosso, de 2400 hectáreas, que para nosotros eran una infinidad, algo inabarcable, porque en São Miguel do Iguaçú, al oeste del Estado de Paraná, donde nos criamos, las propiedades tenían 50 o 100 hectáreas”.

¿Qué evaluación haría hoy de este proceso de recolonización de territorios antes periféricos en función de una actividad económica orientada al mercado mundial?

Lo diría así: la soja para esta región, incluso para Brasil como un todo, es un cultivo milagroso. Porque hasta la entrada de la soja teníamos una agricultura de café, arroz y porotos. Brasil era inexpresivo en esa área. A diferencia de Argentina, de Estados Unidos y otros países que tienen suelos maravillosos, con alta disponibilidad de elementos como fósforo, potasio y material orgánico, nuestros suelos son extremamente pobres, ¡ni siquiera un PPM (parte por millón) tiene uno para conseguir! Pero la llegada de la soja posibilitó la ocupación del cerrado y con el pasar del tiempo, año más año de cultivo, fuimos construyendo un suelo que no teníamos, y luego tuvimos la posibilidad de sembrar maíz, algodón y otros productos. Y con ese envión se crearon también centenas de ciudades que no existían en la región centro-oeste. Millares de personas se mudaron donde antes no había nadie. Muchas de las críticas que leemos habitualmente, de quienes no entienden bien lo que ocurrió en Brasil, aseguran que la soja desalojó a los pequeños agricultores a favor de grandes productores, lo cual no es verdad. Cuando yo llegué a Mato Grosso, sobre todo en aquella región más al norte donde estamos nosotros hoy, Sapezal y Campo de Julho, ese era un mundo de sabana y de cerrado donde no había ciudades, no había absolutamente nadie. Todo fue construido con el grano, de ahí la importancia de la soja para el desarrollo brasileño y de muchas familias también.

¿Qué cambios provocó en la concepción del agronegocio, el hecho de que la soja se haya convertido en un commodity?

Yo diría que la soja es el agronegocio por excelencia. Ya relaté cómo las ciudades surgieron y nuevos cultivos fueron posibles gracias a ella. Luego, la soja le enseñó mucho a otros segmentos de la economía acerca de la forma como se comercializa. Es un negocio tan transparente, tan rápido de hacer, que uno consigue vender este año lo que va a producir el año que viene. Si quiero tomar dinero por adelantado por mi actividad, también puedo hacerlo. Si no quisiera vender y prefiero retener el grano para entregarlo en el futuro también lo hago. Porque la relación entre el productor y las compañías en el mercado es de confianza. En la soja no existe eso de acordar algo y no cumplir. Hecho el negocio, más allá de si bajó o subió el precio, la empresa va y cumple su contrato. Diferente de lo que ocurre, por ejemplo, con el algodón y otros cultivos, donde las empresas compran, el mercado baja y entonces quieren penalizar al productor, y ahí se arma aquella confusión donde el desenlace no es claro ni transparente. La soja fue enseñando, a lo largo del tiempo, que todos se benefician cuando hay un mercado transparente, en el cual todos cumplen con su parte en el proceso.

Saudade y reforma agraria

Los nuevos fazendeiros son un poco nuevos conquistadores, artífices de una originaria y a la vez postmoderna acumulación de capital. Hablan de “territorios inexplorados” donde la civilización sojera felizmente arribó, como Sapezal, municipio del Mato que para wikipedia fue “descubierto” por papá Maggi. Alguna vez el viejo Marx escribió que allí donde los relatos economicistas construyen un idílico surgimiento del capitalismo, contra las fuerzas del atraso feudal y primitivo, “sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, la desposesión, el robo y el asesinato: la violencia, en una palabra”. Pero los que critican, afirma Blairo, “no entienden bien lo que ocurrió”.

En 1964 se debatía en Brasil si hacer la reforma agraria o estimular la modernización de la agricultura industrial. La dictadura optó por lo segundo y el boom de la soja fue una de sus consecuencias. ¿Cree usted que ese debate está ya superado, o ha vuelto a plantearse a partir de la llegada del PT al gobierno?

No existe. Si bien hay todavía en Brasil una discusión sobre la reforma agraria, yo diría que la reforma agraria es hoy un programa de asentamiento de personas que no tienen acceso a la tierra. Algo que se hace de forma transparente y tranquila, aunque los movimientos sociales presionan al gobierno para acelerarlo. El gobierno ha comprado propiedades de quienes quieren vender y las ha redistribuido a esas personas en pequeñas propiedades por todo Brasil.  Entonces, no existe una discusión sobre si mi fazenda es más productiva en mis manos o en las manos de la reforma agraria. Y si ese debate volviera a ponerse hoy de moda, pues la reforma agraria perdería la discusión; porque está más que probado que en este tipo de commodities como la soja y los grandes cultivos como el maíz o algodón, la pequeña propiedad no consigue competir. Nosotros aquí en Brasil hacemos una diferencia entre la agricultura familiar y la agricultura empresarial o gran agricultura. Hay financiamientos distintos para cada sector y la atención del gobierno es diferente para los pequeños productores.

Nosotros no abandonamos ese segmento pero tampoco excluimos al otro.

Brasil tiene un lugar importante en la reconfiguración de la geopolítica global. ¿Cómo se piensa desde acá este momento particular del mundo, atravesado por la crisis del capitalismo? 

Entiendo que siempre hay crisis, como parte de los procesos. Y que lo importante es ver cuánto la sociedad gana en promedio, durante un período que puede ser de quince, veinte o treinta años. Cuando hacemos ese ejercicio vemos que todos estamos evolucionando, mejorando, al menos aquí en Brasil tenemos esa percepción. Esta crisis actual viene desde el 2008 y los países están un poco asustados, incluyéndonos a nosotros también. En relación con la Argentina creo que las restricciones que están poniendo no ayudan mucho, porque cuando Argentina pone alguna restricción los productores de aquí, los industriales, le exigen al gobierno que ponga otra traba en consecuencia. En vez de estar en un juego de suma positiva, como es la idea del Mercosur, se crea un proceso negativo. En este momento veo con preocupación que tenemos una crisis y el posicionamiento de los gobiernos me parece un poco enredado. Están bajo presión para tomar decisiones.

¿Es cierto que existe la idea de crear una suerte de OPEP de la soja, una coordinación de los grandes productores de este commodity a nivel mundial para regular las colocaciones y tener incidencia en la determinación del precio?

Oí sobre el asunto, pero no creo que se consiga coordinar todo, porque son millares de productores, centenas de empresas que comercializan por varios caminos alternativos. Hoy todo está basado en la Bolsa de Chicago, acá tenemos la de San Pablo, ustedes tienen la de Rosario, pero en el fondo quienes regulan son ellos allá. Y los grandes compradores tampoco consiguen organizarse para regular el precio hacia abajo. La soja es muy libre, demasiado ágil todo ese mercado. Y dentro de esa complejidad aparecen los Fondos que entran y salen con rapidez.

Los agro-negocios son un nuevo actor político: ¿tienen diferencias con la burguesía industrial paulista, o más bien ustedes se integran en ese núcleo empresarial tradicional?

Brasil ganó un dinamismo muy grande en los últimos veinte o treinta años, y la secuencia de los liderazgos en Brasil se ha acelerado. A nosotros no nos gusta que alguien se convierta en líder de un segmento y permanezca diez, quince o veinte años al frente de aquella entidad sectorial. Queremos que nuestras asociaciones y federaciones permitan dos mandatos y que luego el lugar sea para otro, que venga una nueva persona, un nuevo liderazgo, que después pueda actuar en política o incluso en otros segmentos institucionales. Existe en Brasil cierta integración entre las actividades primarias e industriales. Conversamos mucho. Y el propio gobierno, en los últimos tiempos, abrió espacios para que esos segmentos representativos conversen entre sí. Las cámaras sectoriales y los ministerios de agricultura, de industria y de comercio, se sientan para definir las prioridades o para corregir eventuales problemas. No nos gusta que el gobierno tome simplemente una medida y la baje así sin consultar. Tiene que conversar. Cuanto más se comparte esa responsabilidad de gobierno y se conversa con los actores involucrados en la cadena, mejor va.

Bussines y política

Blairo es Ingeniero agrónomo como Grobocopatel, aunque su modelo de negocios integrado y vertical se parece más al de Roberto Urquía. Pero a diferencia del dueño de Aceitera General Deheza, quien durante el tratamiento de la 125 fue defenestrado primero por sus compañeros de clase y luego por sus compañeros del gobierno, Maggi exhibe una carrera política ascendente, con dos períodos como gobernador del Estado de Mato Grosso, desde donde proyectó su senaduría federal. Incluso fue mencionado como posible ministro de Transporte del gobierno de Dilma. Y finalmente llegó a la cima, pues acaba de ser nombrado por el brumoso gobierno de Michel Terner como Ministro de Agricultura.
En Brasilia, la “ciudad inventada” donde se aglomeran todos los poderes de la república, las contradicciones entre los intereses del agro-bussines y las necesidades sociales de la gobernabilidad se tornan patentes. Blairo integra la “bancada ruralista”, articulación de parlamentarios de distintos partidos con fuerte poder de lobby a favor de la industria sojera. 

¿Usted se siente un empresario que hace política, o considera que son actividades distintas que pueden llegar a tener intereses enfrentados?

A veces hay intereses contrapuestos, entre el interés comercial y el interés del conjunto. Yo como senador siempre he defendido el interés colectivo, para después ver el individual. Como legislador tengo una posición independiente de la que tengo como hombre de negocios. Claro que, como estoy vinculado a una actividad productiva en mi país, al igual que otros parlamentarios, formo parte de bancadas que trabajan en la dirección del desarrollo. Si tengo que decidir entre frenar alguna actividad o votar para que avance más rápido, yo siempre voto por el desarrollo. Quiero ver a mi país con más rutas, con más ferrovías, quiero ver a mi país andando. Hay otros colegas que trabajan en las áreas sociales. De todas maneras, aquí en el Senado no hay tanta diferencia entre empresarios y políticos, porque como se defienden los intereses nacionales casi siempre se vota a favor de quien produce.

Su partido forma parte de la coalición de gobierno. ¿Por qué el Partido de la República (PR) aceptó apoyar al Partido de los Trabajadores (PT) siendo tan distintos entre sí?

En Brasil no tenemos partidos programáticos que se definan como de izquierda o de derecha. Son composiciones políticas que se conforman para cada elección. Cuando yo llegué al PR, éste ya estaba acoplado al oficialismo. Cuando era gobernador de Mato Grosso participaba de otra agremiación política que no apoyaba al gobierno. Yo diría que el PR es un partido independiente, que no tiene un vínculo programático con el gobierno, ni acuerda con todas sus demandas y proyectos oficiales. Hemos tenido una posición crítica, incluso nos hemos permitido votar en contra en determinadas materias.

Recientemente tuvo lugar un complejo debate en torno al Código Forestal de Brasil. Los diputados de la llamada “bancada ruralista” modificaron sustancialmente el texto aprobado por el Senado, obligando a Dilma a vetar varios artículos de la ley. ¿Cuál es la influencia que tiene esa bancada al interior de las instituciones estatales?

Dentro de las instituciones diría que no influye en nada. La “bancada ruralista” es puramente sectorial. No es un grupo de parlamentarios que se unan para conquistar espacios. Ella actúa puntualmente en aquellas decisiones que van a tener efectos sobre la actividad del agronegocio en Brasil. Más allá de tales asuntos, no es una bancada orgánica, sino que está dispersa y es transversal a los propios partidos. Específicamente en lo que pasó con el Código Forestal, las personas dijeron que “el gobierno perdió”. Yo no creo que el gobierno haya perdido, creo que el gobierno no entendió, hasta ahora, que los parlamentarios, tanto en el Senado como en la Cámara, son representantes del pueblo. Y la presión que viene de afuera y actúa para modificar un voto en el Congreso debe ser respetada por la Presidente. Por otra parte, los vetos que la Presidente hizo son menores considerando el contexto y la magnitud de esa ley. Incluso diría que tienen poca importancia. El Código Forestal fue un proyecto supra partidario que se discutió más allá de los partidos, más allá de los líderes y de la voluntad del gobierno. Porque era un sentimiento de los sectores productivos que los parlamentarios entendieron perfectamente.

¿Cómo vivieron desde aquí lo que en 2008 se denominó el “conflicto del campo” en Argentina? ¿Qué opinión tiene usted sobre el kirchnerismo como fenómeno político?

No tengo una idea formada. Conceptualmente estoy por la renovación de los liderazgos. Y creo que los Kirchner deberían promover una renovación. Me parece que un gobierno tras otro del mismo tipo por mucho tiempo no es bueno para la sociedad. Aquí también estamos en un tercer período, pero con otra mentalidad. La presidente Dilma no piensa exactamente como pensaba el presidente Lula. Lo que vemos en Argentina es que el sector agrícola tiene apoyo urbano, en la ciudades apoyan sus reivindicaciones, o al menos en mayor medida de lo que ocurre aquí. Nuestra impresión es que en 2008 las ciudades estaban apoyando al campo. Nosotros también tuvimos que tomar ese tipo de medidas de protesta, hace tiempo, para llamar la atención del gobierno, pero la reacción del habitante urbano contra el productor rural fue muy mala, y empeoró las relaciones.

¿Cuáles son las semejanzas y las diferencias de los agronegocios en Argentina y en Brasil? ¿Existe algún grado de integración entre los dos complejos agroexportadores?

Las formas de actuar en Brasil y en Argentina son bien distintas. Lo que es igual es el producto arriba del barco, el final, pero la forma de organización agrícola es diferente. Mi empresa está produciendo en ambos lados. En Brasil, el modelo argentino no sirve. Nosotros no conseguimos traer el modelo argentino para acá por causa de la legislación que tenemos. Por ejemplo, la tercerización de los servicios tiene limitaciones. Una fazenda de Mato Grosso debe tener su sede, su granero, máquinas propias, empleados registrados dentro de su propiedad, con una serie de seguridades, para lo cual existe todo un reglamento y una legislación. La legislación argentina es mucho más blanda. Allá se puede contratar a alguien sólo para sembrar, se puede contratar el servicio de fumigaciones o la aplicación de insecticidas, se pueden contratar los transportes. Todo está tercerizado en Argentina. Los Grobo trajeron el modelo de alquiler de campos, pero con el pasar del tiempo ellos están viendo que no consiguen demasiado, que no es la fórmula. A mí me gustaría mucho que en Brasil se pudiera hacer lo que se hace en Argentina, pero la legislación es muy diferente. Nosotros estamos trabajando en Argentina desde hace dos o tres años. Por ahora los volúmenes son pequeños, fuimos para entender cómo es el proceso y la lógica de allá. Recién en el 2012 estamos acrecentando un poco más nuestra participación en el área de producción y también en el área de trade. Y claro, después que aprendamos cómo funciona, pretendemos aumentar y tener una participación significativa en Argentina, como tenemos en Brasil hoy.

Su emporio empresarial se distingue por haber logrado intervenir en todos los eslabones de la cadena, incluso en la colocación de cereales en los mercados europeos. A partir de ese conocimiento, ¿cuáles son las articulaciones más importantes del agronegocio?

El nudo es la logística. Nosotros tenemos una estructura integrada que comienza por el área de investigación (mantenemos entidades como la Fundación Mato Grosso, por ejemplo), pasando por el área de producción de semillas, luego el sector de plantío, y también el transporte, la industrialización, el comercio y la distribución en Europa y Asia. Pero lo que realmente complica es la cuestión logística. La falta de rutas, que cuando existen son de una calidad ruin. Es muy diferente en Argentina. No sirve de nada reclamar, lo menciono sólo para contextualizar el hecho de que nosotros producimos muy adentro del continente. En Argentina usted está cosechando y casi ve el barco desde el campo. Aquí son 1700 o 2000 kilómetros de distancia entre las plantaciones y los puertos. El gobierno se tendría que haber preocupado por el tema de las ferrovías, porque la red ferroviaria tiene que inducir el desarrollo. 

Consenso verde

Blairo Maggi no calcula demasiado sus dichos. Su hablar es fluido y seguro. Las preguntas que podrían haberlo incomodado fueron contestadas sin reservas, incluso con un toque de desparpajo. Y es que al éxito arrollador como emprendedor privado corresponde una hegemonía en términos discursivos, e involucra también a quienes llegaron a ser sus principales enemigos: los ecologistas.

En 2003 ciertas declaraciones políticamente incorrectas al New York Times lo dejaron mal parado: “un aumento en la desforestación del 40% en la región de Amazonas no significaría nada; no siento la menor culpa por lo que estamos haciendo acá”, dijo. 

“El New York Times deformó mis declaraciones”, se defiende ahora el sojero. “Eso fue en la época en que asumí el gobierno de Mato Grosso, que no es región amazónica sino área centro-oeste, donde predomina el cerrado. En nuestro país hay dos legislaciones, una para la zona de floresta (amazónica) y otra para el área de campo. En esta última se puede ocupar hasta el 65% para la agricultura, y en la zona de floresta sólo se puede sembrar el 20%. Yo lo que defendía era la tesis de ocupar el 40% del territorio matogrossense, estableciendo un promedio. Pero el reportero del New York Times extrapoló mi declaración y la adjudicó al territorio amazónico. Nunca defendí un cambio en los porcentajes de la reserva legal amazónica, que es del 80%.” 

Tres años más tarde, en 2006, Greenpeace le otorgó el simpático trofeo de la “moto-sierra de oro”. Blairo reconoce que “ese premio se debió a que en 2004 tuvo lugar la mayor deforestación de la historia de Brasil. Fueron un millón y tantas hectáreas sólo en Mato Grosso, un pico muy grande. Yo asumí como gobernador en 2003, cuando el número venía en ascenso y durante el primer año de mi gobierno continuó creciendo el desmonte. Pero a partir de ahí comenzamos a realizar una reducción sistemática y llegamos ahora a 6 mil kilómetros cuadrados en el último relevamiento, que son apenas 60 mil hectáreas de ocupación de la Amazonia en este período. Nosotros ocupamos hoy sólo el 9% del territorio de Mato Grosso para hacer agricultura.” 

Hace un tiempo comenzaste a dialogar con las organizaciones que protegen el medio ambiente. ¿A qué se debe ese cambio?

El cambio se debió al efecto de aquellas denuncias que estaban poniendo a mi Estado contra las cuerdas. Entonces llamé a los productores y les dije: “miren, tenemos que reaccionar. Pero de nada sirve ahora devolver tirando piedras”. Nos castigaron y no teníamos como defendernos. Por eso creé mecanismos que les dieron a los productores la posibilidad de juntarse en asociaciones,  e implementé las contribuciones compulsivas. Todo productor de soja separa un pequeño porcentaje para un fondo que ellos mismos gestionan, y ocupan ese dinero en la defensa de su segmento. Al mismo tiempo yo comencé a frecuentar los foros internacionales de medio ambiente, posicionando de forma clara lo que queríamos en Mato Grosso. E interpelé a las oenegés que eran las más críticas contra mí, diciéndoles: “estoy aquí dando un paso, y ahora espero que ustedes den un paso en mi dirección, porque con sólo criticarme no se va a resolver la situación”. Y empezamos a recibir sugerencias. Los productores venían conmigo a esos eventos, porque cuando yo asumía un compromiso no lo asumía sólo como gobierno, como gobernador: lo asumía junto a las federaciones, entidades y representantes de esos segmentos. Felizmente conseguimos mostrar que Mato Grosso es un estado responsable. Muchas veces los europeos creen que somos irresponsables, que no sabemos cuidar el medio ambiente y que la Amazonia para nosotros no tiene ninguna importancia. Por el contrario, no hay ningún país del mundo que posea las reglas ambientales que nosotros tenemos, ni el control y comando efectivo que Brasil tiene sobre estos asuntos.

En cierto momento usted favoreció el cultivo de soja orgánica en detrimento de la soja transgénica, lo cual fue bien recibido por los sectores ambientalistas. ¿Puede decirse que fue una concesión?

Fue una iniciativa puramente comercial. Hicimos un corredor libre de transgénicos en la región noroeste de Mato Grosso, que es por donde saco al exterior la soja, ya que controlo la navegación en los ríos Madeira-Amazonas. Todo lo que se producía que no fuera transgénico lo llevábamos hacia allá, y lo que era transgénico se comercializaba en Brasil. Lo cual generó una diferenciación de precios a favor de los productos no transgénicos. Pero yo de ningún modo soy contrario a la biotecnología. Por el contrario, creo que la utilización de transgénicos es un camino a seguir, un instrumento, una herramienta más que el productor tiene.

Algunas declaraciones tuyas presentan el problema ambiental como un costo que la empresa debe asumir. ¿No te parece que la cuestión ecológica excede los estrechos márgenes del mercado? 
El cuidado del medio ambiente es un costo para el productor. Todos esos porcentajes de conservación que deben respetarse, recaen sobre su economía particular. Si yo tengo una tierra de mil hectáreas en el sur de Brasil, tengo que dejar 200 hectáreas libres. Si tengo una tierra de mil hectáreas en la Amazonia, tengo que dejar 800 hectáreas libres y sólo puedo usar 200. Es obvio que se trata de un costo para el productor brasileño. Nosotros pedimos en la Cumbre de Río+20 que en el futuro la Organización Mundial del Comercio determine cuáles son los países que poseen las reglas más claras en cuestiones de conservación. Podríamos diferenciar los precios de los productos, beneficiando a quienes son más activos en la preservación y cumplan las reglas. Brasil, en América Latina, es líder en ese segmento, a diferencia de Argentina donde todo es libre, no existen reglas que limiten la siembra de un porcentaje del campo. El costo ambiental de este sector en Argentina es mucho menor.

 

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