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maestras del rebusque
En el día del maestrx más raro de la historia y luego de seis meses de clases desde casa, la experiencia muestra que la tan ansiada continuidad pedagógica expuso antes las cámaras algo más que el living de los docentes: incremento de las horas de trabajo, caos hogareño dentro del aula remota y una brecha que va más allá de lo social y tecnológico.
Ilustraciones: Ezequiel García
11 de Septiembre de 2020

 

La profesora de Historia daba una clase sobre el peronismo. Llevaba varios minutos monologando en el Zoom, con la vista al frente, hasta que de repente giró su cabeza, arqueó las cejas, subió sus manos como quien va a cerrar la netbook y, sin mediar palabra, un cuadrado negro reemplazó su imagen. Ninguno de los 17 estudiantes entendió lo que pasó. “¿Profe, estás ahí?”, preguntó una chica. “¿Nos podés escuchar?”, quiso saber otra. Sin recibir respuesta, uno a uno los adolescentes se fueron desconectando de la sesión. Dos horas después, en el grupo de WhatsApp que comparten con la docente, apareció un mensaje: “Discúlpenme. Mi hijo agarró un cactus con las dos manos y recién ahora terminé de quitarle la última espina. Nos vemos en la próxima clase”.

Escenas como esta, algunas menos dolorosas y hasta hilarantes, se repitieron desde el 16 marzo, cuando las aulas cerraron sus puertas pero las maestras y profesoras decidieron seguir con lo que el sistema educativo denominó “continuidad pedagógica” o “educación remota de emergencia”. En este lapso quedó al desnudo la brecha socioeconómica y tecnológica que impidió el ejercicio del derecho a la educación de millones de chicos que no cuentan con los recursos necesarios, pero poco se supo sobre lo que pasó con los docentes que se quedaron enseñando en pantuflas –y sin guardapolvo– desde el living o la cocina de su casa.

 

pedagogía de datos

Una encuesta realizada entre maestras y profesoras de todo el país por la Secretaría de Evaluación e Información Educativa del Ministerio de Educación señala que el 92 por ciento de las consultadas tenía una computadora (de escritorio o portátil) al momento de comenzar el aislamiento, pero solo el 37 por ciento disponía de ese equipamiento para su uso exclusivo, algo que, en el actual contexto, se transformó en una limitación para el desarrollo de la enseñanza desde la propia casa.

“José Luis, docente de Lengua y Literatura en dos secundarias de Mendoza y padre de dos hijos en edad escolar, compró una computadora cuando se cumplió el primer mes del aislamiento social, preventivo y obligatorio: una sola máquina no daba abasto para cuatro personas que necesitan conectarse para trabajar y estudiar”, relató Patricia Ferrante en su artículo “Los docentes en modo remoto”. “Al principio fue asfixiante –contó José Luis. Nadie sabía cómo era esto ni qué hacer. Yo me despertaba y me iba a dormir con la computadora. Un verdadero estrés, un caos, pero también un enorme desafío. Después todo se fue acomodando.”

A casi seis meses de la suspensión de las clases presenciales, ya quedó claro que no es suficiente con el acceso a internet para sostener la continuidad pedagógica. También resulta imprescindible contar con buena velocidad de acceso y dispositivos. En el estudio realizado por el Ministerio, las maestras subrayaron que las mayores dificultades para llevar adelante el proceso de enseñanza fueron las limitaciones en la conectividad (62 por ciento) y la carencia de dispositivos electrónicos (59 por ciento).

“Yo doy clase en el Bajo Flores, pero vivo en Quilmes, donde somos cautivos de una única empresa proveedora de internet. Cuando se cae la conexión, tengo que dar clase con los datos de mi teléfono, pero son limitados. No puedo estar cargando datos todo el tiempo”, señala Verónica Rueda, maestra de quinto grado de la Escuela Nº 8 del Distrito Escolar 11. Más allá de los bites, el hardware o el software, la pandemia visibilizó múltiples carencias que hicieron difícil afrontar la emergencia: otra encuesta, esta vez realizada entre las afiliadas del Suteba, el sindicato de los docentes bonaerenses, concluyó que una de cada cuatro maestras tuvo que aprender a utilizar las tecnologías de la información y la comunicación en medio de la crisis sanitaria. Sólo un 36,7 por ciento había utilizado herramientas digitales previamente para dar clase y apenas un tercio de las docentes consultadas declaró haber recibido algún tipo de formación para utilizar las TIC en su labor cotidiana.

“Cada tanto tuve capacitaciones en la escuela. No es que el aislamiento me agarró de cero, pero las herramientas que te daban eran para aplicar en el aula. Nunca nadie se imaginó esta situación”, cuenta María Laura Pica, maestra de jardín en el barrio de Villa del Parque y de primer grado en una escuela especial para niños sordos de Devoto. Pica es otra de las docentes que debió comprarse una computadora. “Tenía una muy viejita. Tardaba media hora en abrir una pantalla. Imaginate que ahora tengo que grabar videos para las clases, editar, subirlos a Youtube, usar el Drive para planificar junto a mis compañeras, abro el mail todo el tiempo, hago reuniones de Zoom con los chicos. Era imposible con la máquina que tenía”.

Del millón de docentes que, de un día para otro, tuvieron que adaptarse a la educación remota, quienes menos padecieron el cambio abrupto fueron aquellos que ya tenían experiencia en el trabajo pedagógico en situaciones de discontinuidad. Al menos esa es una de las conclusiones del estudio “Presente y Prospectiva del Covid 19 en el Sistema Educativo”, coordinado en la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE) por Marcelo Krichesky y Rafael Gagliano. Entre los ejemplos que mencionan, figuran quienes dan clases en escuelas rurales, isleñas o, incluso, en establecimientos educativos con problemas edilicios crónicos.

Más allá de los bytes, el hardware o el software, la pandemia visibilizó otras carencias que hicieron difícil afrontar la emergencia: otra encuesta, esta vez realizada entre las afiliadas del Suteba, el sindicato de los docentes bonaerenses, concluyó que una de cada cuatro maestras tuvo que aprender a utilizar las tecnologías de la información y la comunicación en medio de la crisis sanitaria.

 

cuidados y descuidados

Desde la Revolución Industrial, el espacio hogareño, el laboral y el escolar se fueron divorciando de a poco. Pero este año, de repente, se vieron nuevamente solapados en todo el mundo. “El estar obligados a quedarnos en nuestros domicilios supuso exhibirnos como seres domésticos y esta emergencia introdujo también muchas cuestiones sobre la visibilidad de lo escolar, así como sobre sus pudores y secretos”, escribió la investigadora Inés Dussel en su artículo “La clase en pantuflas”, publicado en el libro Pensar la educación en tiempo de pandemia. Entre la emergencia, el compromiso y la espera. La autora ejemplificó con la anécdota de una alumna primaria a quien le preguntaron qué aprendió en las primeras semanas de confinamiento. Con encantadora frescura la niña contestó: “Que mi maestra quiere mucho a los gatos”. Para Dussel, esta respuesta puede interpretarse de varias maneras: “Se me ocurren al menos dos –explicó-: que no aprendió nada relevante o digno de mención en términos de contenidos escolares. O que le resultó muy sorprendente y memorable conocer la vida privada de su maestra. Sin descartar la primera me inclino por la segunda, porque creo que es reveladora de lo que pasó y continúa pasando. Todos tuvimos que ver y mostrar quizás más de lo que queríamos: casas, familias, compañías, gustos, estilos.”

A través del damero de Zoom, los estudiantes conocieron los livings, los dormitorios y las cocinas de sus maestras. También a sus mascotas, a sus parejas y a sus hijos. El trabajo de Suteba señala que el 36,3 por ciento de las docentes no posee un espacio hogareño tranquilo para trabajar. El dato está en sintonía con otro que se desprende de la encuesta del Ministerio de Educación, que advierte que un 36 por ciento tuvo problemas para compatibilizar las tareas laborales con las domésticas o de cuidado. “Mi compañera y yo somos docentes de primaria y tenemos una hija de un año y medio”, describe Martín Franco, maestro de tercer grado de la escuela Leopoldo Marechal. “Necesitamos armarnos un calendario con horarios. Nos turnamos: cuando ella da clases, yo cuido a nuestra hija y viceversa. Si uno está en un Zoom en el living, el otro se tiene que encerrar en el dormitorio jugando con la nena. De otra manera no se puede porque anda por todos lados, toca todo, no te podés concentrar. Si tengo que grabar un cuento para mandarles una actividad a mis alumnos, tengo que esperar que se duerma, porque si no es imposible, se escucharían gritos y ruidos de fondo todo el tiempo”.

A pesar de las dificultades que relata Franco, para algunas colegas su situación goza de cierto privilegio: él tiene con quien compartir las tareas de cuidado. La Encuesta Nacional de la Salud y Condiciones de Trabajo de las Trabajadoras de la Educación, realizada en 2018, señala que el 78 por ciento de las docentes son mujeres y que el 65 por ciento es el único sostén de hogar. Maestras que forman parte de hogares monoparentales o que tienen parejas que realizan tareas esenciales se vieron obligadas a dar clases sincrónicas con los hijos a upa o a coordinar horarios con ellos, de manera que no se superpongan las clases que debían dar con los Zoom en los que sus hijos debían participar con sus propias docentes.

Maestras que forman parte de hogares monoparentales o que tienen parejas que realizan tareas esenciales se vieron obligadas a dar clases sincrónicas con los hijos a upa o a coordinar horarios con ellos, de manera que no se superpongan las clases que debían dar con los Zoom en los que sus hijos debían participar con sus propias docentes.

 

las nuevas horas extras

El informe del Ministerio de Educación sostiene que el 68 por ciento de las maestras declaró que su trabajo “se incrementó considerablemente” durante el aislamiento y un 21 por ciento “que aumentó un poco”. El dato es congruente con la encuesta de Suteba que agrega que a la hora de cuantificar la mayor dedicación horaria, un 57,3 por ciento aseguró que su labor aumentó más de seis horas semanales. El incremento, señalan, se dio en buena parte por el rediseño y la reorganización de la propuesta educativa a partir de la búsqueda de recursos y elaboración de materiales específicos para la virtualidad. Pero también por las consultas permanentes de los estudiantes. “Se trabaja mucho más –asegura Rueda, cuyos 36 alumnos provienen mayoritariamente de la Villa 1.11.14–, porque el contacto es individual, respetando los tiempos de cada familia. Además, lleva muchas horas aprender sobre la marcha a usar las herramientas digitales y adaptar el material pedagógico a la virtualidad”.

La docente cuenta que también tuvo que enseñarles a los padres a crearse una dirección de correo electrónico, a instalarse aplicaciones que les permitan descargar los PDF que ella envía con actividades y materiales pedagógicos y también ofrecerles algunas estrategias para que puedan apoyar a sus hijos en el proceso de aprendizaje. “Intenté ponerme una franja horaria laboral, pero no resultó –confiesa. A veces el único celular de la casa es el que el chico usa para la tarea y el que el padre usa para trabajar. Recién cuando el adulto vuelve, el chico se puede poner con las actividades, y ahí te manda la consulta por WhatsApp o por correo. Y tenés que aprovechar el momento en que se pueden conectar, si no lo perdés. A veces me veo respondiendo mensajes a la diez de la noche o hasta los sábados. Aún con todo eso, pude mantener contacto frecuente con menos de la mitad de los alumnos”.

Franco dice que su situación es atípica porque su escuela, con población mayoritaria de clase media, tiene una cooperadora fuerte que soluciona buena parte de los problemas. Sin embargo, también tuvo que armar encuentros con las familias para enseñarles a usar el aula virtual y con sus compañeros, para intercambiar experiencias. Como antes de ser maestro de grado fue facilitador tecnológico –el rol que tienen en algunas escuelas los docentes que asesoran en el uso de las tecnologías– estaba mejor preparado para adaptarse a la virtualidad. “Pero el laburo es constante –aclara. Estamos mucho en contacto entre los colegas, para ver qué le dio resultado a uno, qué a otro. Ya no solo desde lo pedagógico sino también desde lo tecnológico. Nos apoyamos mucho entre nosotros”.

Durante el aislamiento, los docentes también tuvieron que hacerse cargo de las tareas que habitualmente cumple la escuela pero no son estrictamente pedagógicas. De acuerdo al trabajo de Suteba, el 57 por ciento de las docentes bonaerenses que no conforman un grupo de riesgo, realiza tareas presenciales para la preparación y reparto de bolsones de comidas o materiales didácticos entre los estudiantes. “En el jardín que trabajo a la mañana, nos dividimos para que nos toque a cada una ir a repartir los bolsones cada 15 días. Vienen las familias, se los damos y tenemos que registrarlos en una planilla. La primera vez, desde el Gobierno de la Ciudad nos mandaron barbijos y alcohol en gel para protegernos; después ya no nos dieron nada”, señala Pica. Franco cuenta que, como tiene tres operaciones de pulmón, no lo dejan entregar comida, pero esos días va temprano a la escuela para dejar actividades en papel para quienes no pueden conectarse. Rueda, como vive muy lejos, también está exceptuada de ir. Ella envía la tarea para los que no tienen conexión a través de una compañera. “Lo que me toca hacer es llamar a las otras escuelas de la zona para averiguar si les sobraron bolsones de comida. Como mi escuela es de jornada simple, a cada chico solo le dan una bolsita con saquitos de té y unas galletitas, como merienda. Si hay otra institución a la que le sobró comida, nosotros la retiramos y la distribuimos entre nuestra comunidad, que tiene muchas necesidades”.

A pesar del feriado escolar, es probable que este 11 de septiembre los docentes tampoco se desconecten de sus teléfonos y computadoras. Al margen de las preguntas, seguramente recibirán dibujos, cartas y fotos deseándole un feliz día. Y, aunque se aleje de la construcción folclórica en la que los chicos reniegan de ir a la escuela, todos se dirán que se extrañan y que no ven la hora de reencontrarse en el aula.

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