clarice lispector: "los libros son mis cachorros" | Revista Crisis
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clarice lispector: "los libros son mis cachorros"
En 1976, Eric Nepomuceno y María Esther Gilio tuvieron una tarea difícil: entrevistar a Clarice Lispector, que ya había revolucionado la narrativa brasileña y, se sabía, era un hueso duro de roer para dar respuestas. Cada uno con su impronta, los dos pudieron sacarle destellos sobre la displicencia con la que veía al establishment literario, los modos de ser madre y escritora, y las formas en los que se complace o no al lector.
28 de Agosto de 2020

 

Escuchá el rescate emotivo emitido en el programa crisis en el aire el sábado 29 de agosto de 2020:

Como también en Brasil la producción literaria no permite por sí sola sobrevivir, tal vez Clarice Lispector sea más conocida en su país como traductora -lo es del inglés, francés, italiano y castellano- y periodista más que como una de las escritoras que, junto con  Guimarães Rosa y Jorge Amado, revolucionó la narrativa brasileña. En su reciente visita al país declaró: “yo no sé aun quién y cómo soy, como persona aun me estoy buscando, ¿ cómo saber, entonces, lo que soy en literatura?. En la Argentina, sin embargo, desde hace más de un año comienza a ser reconocida por los lectores en la medida en que algunos de sus catorce títulos producidos son vertidos al castellano.

Crisis encargó a dos periodistas brillantes y porfiados una tarea difícil: conversar con Clarice Lispector. La novelista brasileña da pocas entrevistas: cuando las da, habla poco o nada. Eric y María Esther se las arreglaron para atravesar los fosos con cocodrilos y entraron cada uno a su manera, en el castillo. He aquí los resultados de la invasión.

 

“De la literatura no se puede vivir en esta tierra”

una entrevista de eric nepomuceno

Fue en la época en que vivíamos en Washington. Yo trabajaba una tarde mientras mis hijos jugaban a mi lado, como siempre. La máquina sobre mis rodillas, escribiendo, y ellos alrededor. Entonces uno me dijo: -Mami, ¿por qué no nos contás un cuento? Dale, escribinos un cuento. A mí nunca se me había ocurrido escribir un cuento para niños. Aquel fue el primero. Se llama "El misterio del conejo pensante". Era un cuento policial para niños, escrito en inglés, los chicos hablaban inglés y yo quería que ellos aprendiesen bien la lengua del lugar donde vivíamos, que era Washington.

Se trata de una mujer sola que tiene terror del fuego. Hace algunos años sufrió un accidente terrible: se durmió con un cigarrillo encendido. Las sábanas se incendiaron. El fuego le dejó sus huellas en el cuerpo y una mano mutilada. No le gusta recordarlo. El fuego la aterra. Pero cuando se siente muy deprimida se viste bien, especialmente bien. Y prende una gran vela colorada y se queda mirando su llama. Es una mujer extraña Tiene un aire muy misterioso. Dice que es una persona simple.

El perro tiene una costumbre rara: se come los puchos de cigarrillos. Hay quien dice que esa costumbre rara del perro es la de fumar. El visitante olvida su cigarrillo prendido en el cenicero, el perro lo atrapa de un tarascón.

Clarice advierte siempre a todo el mundo: cuidado con el cigarrillo prendido, se lo digo por el perro. El departamento es amplio y cómodo. Ella lo explica así: "Fue un golpe de suerte. El edificio acababa de ser construido, y el dueño de este departamento estuvo de acuerdo en cambiármelo por el que yo tenla hasta entonces, que era mucho más chico. A él le convenía un departamento menor que éste. Hicimos el cambio. Lo duro, para mí, fue saldar la diferencia, nadie vive de la literatura en esta tierra.

Su rostro extraño, anguloso, como tallado fue retratado por muchos pintores importantes del Brasil y del extranjero. Carlos Scliar tiene una abultada serie de dibujos del rostro de Clarice. Portinari le hizo un retrato al óleo. El italiano De Chirico, en 1949, cuando Clarice estuvo en Italia, dibujó su rostro.

Anota todo en pequeños pedazos de papel o en algunos cuadernos. A partir de esas anotaciones fragmentarias reunidas a lo largo de los años, ella va construyendo sus libros. Le aterra el luego y la idea de no volver a escribir. "¿Usted se da cuenta lo que es no poder escribir más? No digo este libro en el que trabajo hace tiempo, digo no escribir más, nunca más".

"El otro fui al correo. Ya no recuerdo ni siquiera para qué. La muchacha que me atendió, después de asegurarse de mi nombre y dirección, preguntó: ¿Clarice Lispector la escritora? ¡Pero qué suerte poder conocerla!

A mí eso me pareció algo terrible. Me asusta la posibilidad de convertirme en una persona… ¿cómo decirle? . . . pública."

El departamento en el barrio de Leme, en Río de Janeiro, tiene un comedor amplio, confortable, luminoso, y sus paredes están repletas de cuadros. Al visitante lo reciben una Clarice retraída y un perro excitado. La mujer canta, desconfiada, es autora de más de 14 libros publicados. Algunos son considerados eslabones fundamentales de la literatura contemporánea en lengua portuguesa. No hay uno solo del que no se diga, por lo menos, que es muy bueno.

Una mujer extraña desconfiada, que al hablar mezcla vestigios de algún Idioma impreciso (ella nació en Ucrania) con el acento flemático del nordeste: cuando tenía dos meses la llevaron a Recife, donde vivió hasta los doce años. Después fue a Río, y allí reside hasta hoy. En aquel lapso intermedio entre Recife y Río, pasó largas temporadas en Italia, Suiza, lnglaterra y Estados Unidos. En todos estos países estuvo con su marido, un diplomático del que hoy está separada. Nada cuenta de su vida privada. Dice apenas que tiene dos hijos "grandes". Pedro y Paulo. Uno vive con el padre, el otro con ella.

Entre sus libros hay relatos para niños, originalmente escritos para sus hijos. Hay además crónicas, novelas, largas narraciones, entrevistas y cuentos. Según los entendidos, es el cuento lo que ella maneja con rara, excepcional maestría.

Hoy, a pesar de todo su miedo a convertirse en una figura pública, Clarice está obligada a aceptar su singular ubicación en la literatura de idioma portugués. Trabaja también -y trabaja mucho- como traductora. De vez en cuando realiza para algún periódico o semanario amplias series de entrevistas. Dice que vive de estos trabajos, "ya que de la literatura no se puede vivir en esta tierra".

 

Se sabe que usted no relee sus libros. Se dice incluso que usted no oculta un cierto desprecio por ellos. ¿Es así?

-Más o menos. Lo que siento es que un libro, una vez terminado, pasa a tener vida propia. Es como el cachorro de un animal. La realización del libro sea cual fuere su contenido -el de un cuento o el de toda una novela- siempre es algo doloroso. Un proceso angustiante. Terminado este sufrimiento, o sea consumado el parto, quiero que el libro salga por ahí, que se las arregle. No retrabajo el estilo, no retoco nada.

¿Cuáles son, según usted, las condiciones ideales para escribir?

-Si con eso de condiciones ideales a lo que usted se refiere es a la paz de espíritu, a la tranquilidad material, al sosiego, quiero decirle que para mí todo eso es una gran mentira. No hay condiciones ideales para escribir. En mi caso particular, empiezo un relato cualquiera y termino totalmente ganada por él. Ahí comienza el proceso que para mí es penosísimo. Hay un detalle: ese proceso se desarrolla allí, en aquel sofá donde yo me siento con la máquina de escribir en la falda. Así escribo siempre con la máquina de escribir sobre la falda. Cuando mis hijos eran pequeños, escribía mientras los cuidaba o sea con ellos potreando a mí alrededor. Siempre quise evitar que ellos tuvieran de mí la imagen de una madre escritora. Escribía entonces cerca de ellos. Tratando de no aislarme. Se puede imaginar lo que eso significaba; interrupciones a cada instante, uno que venía a pedirme que le cuente un cuento, otro que venía con preguntas locas, típicas de los niños. Así trabajo yo. Las condiciones ideales están dentro de cada uno.

¿Esa actitud que usted asumió en relación con sus hijos, o sea la decisión de rechazar la imagen de "madre escritora" se extendió al mundo en general? Quiero decir: usted se niega, y lo ha hecho siempre en términos más o menos enérgicos, a asumir la posición de la mujer escritora. ¿Por qué?

-Siempre rechacé los llamados "medios intelectuales". Tengo amigos escritores, pero en primer lugar son amigos y después escritores. Nunca me acerqué a nadie por el hecho de que, como yo escribiera. Me repugna el mundo superficial de los literatos, no me mezclo con ellos. Soy una persona, amiga de otras personas. Y hay otra cosa que quiero decirle: escribir para mí es algo natural aunque extremadamente angustiante, penoso. Soy una mujer que escribe porque para mí escribir es como respirar lo hago para sobrevivir. Tal vez por eso no me guste hablar de mis libros. Lo que tenía que decir está en ellos: y fue tan difícil escribirlos.

Muchos dicen que usted es una escritora complicada ¿cómo reacciona ante este tipo de observación?

-Mucha gente se acercó a decirme: ''Qué hermoso aquel libro suyo, ¡pero qué complicado! Dígame: ¿qué quiso decir con tal frase o con tal imagen?" Yo siempre contesto con otra pregunta: "¿Y usted qué entendió?" No creo en soluciones ni en explicaciones absolutas. Creo, eso sí, en la interpretación de cada lector. En mi opinión, un libro - o un cuadro, o una melodía, o una película- no puede, no debiera pasar desapercibido. Yo quiero que cada uno entre en el relato, en el conflicto. Y que a partir de allí, encare de una manera personal lo que yo escribí a mi manera. ¿Se entiende?

¿Y qué pasa cuando alguien da un sentido diferente, incluso opuesto, a aquello que usted pretendió decir?

-Eso es algo normal, pasa siempre.

¿Y usted cómo lo toma?

-Me parece bien. Cada uno tiene que dar la interpretación que quiere. Cada uno tiene que entender las cosas a su manera. Recién le dije que hay personas que se acercan a decirme que algún libro mío es hermoso pero complicado. Pero también es cierto que hay mucha gente que se acerca a decirme simplemente que no entendió nada o que le pareció todo demasiado complicado. A esta gente yo le pido una segunda lectura. Suele ocurrir que, pasado algún tiempo, uno vuelve a un libro y ve todo diferente. Porque las personas cambian, ¿no es cierto?

¿Se venden mucho sus libros?

-No sé, no entiendo nada de best sellers, la venta de mis libros no me preocupa. Ya le dije: cuando termino alguno, lo entrego al editor y se acabó. Soy como una madre animal, los libros son mis cachorros, me olvido pronto de ellos. Pero los editores insisten constantemente para que publique. Como no ando con ganas de sumarme al carnaval de las relaciones públicas, decidí, el año pasado, reunir en libros cosas conocidas como entrevistas, cuentos pero que hasta ahora fueron publicados en forma aislada. Estoy un poco cansada de los libros, cansada de escribir, no quiero presiones, no quiero fechas, no quiero nada de eso.

¿Y sus libros fuera del Brasil, cómo andan?

-No sé. A veces llega algún recorte de crítica. Me gustaría poder seguir de cerca las traducciones, porque ése me parece un punto delicado. Supe de algunas críticas sobre alguno de mis libros que señalaban graves defectos de traducción. Pero eso, claro, no puede ser generalizado. Me parece bueno ser leída en otro idioma fuera del Brasil pero nunca pensé mucho en eso.

Con todo ese desprecio que usted siente por sus libros está de más preguntarle si no le gusta ninguno de ellos.

-Claro que me gustan y mucho. Lo que pasa es que no los releo nunca. Son algo acabado para mí. De vez en cuando me acuerdo de uno u otro cuento. Hasta me acuerdo a veces de largos párrafos de libros míos. Pero no me quedo en ellos. No recapacito, no analizo, no fomento en mis orgullos falsos. Es eso: no estoy enamorada de lo que escribí.

Sé que está escribiendo. ¿Qué está escribiendo?

-Nunca hablo de lo que estoy escribiendo. Al contrario de algunos escritores amigos, que al hablar maduran "la cosa". Si yo hablo de lo que escribo, después no puedo seguir.

En términos de corrientes literarias, ¿cómo clasificaría sus libros?

-Escúcheme: yo solamente me considero escritora en el momento exacto en que estoy escribiendo. Fuera de eso, no me sentí nunca obligada a pertenecer a una escuela o a estar el día con determinadas obras.

¿Usted lee poco?

-Depende, actualmente estoy cansada de la literatura. Cansada de los libros.

Aun dejando de lado lo de las corrientes literarias, ¿usted estaría de acuerdo en lo que se refiere a su obra, en reconocer que ella es, digamos extraña?

-No, no me parece extraño lo que escribo. Me parece sorprendente. Me asombra mucho. No entiendo cómo con esta indomable impaciencia mía, con esta inquietud salvaje que tengo yo, puedo producir cuatrocientas páginas de prosa. El trabajo, para mí, está hecho de esperas. El mayor trabajo es esperar. Una persona termina aprendiendo a vivir de sus esperas.

¿La literatura es importante?

-Sí. Pero no la literatura de los literatos, sino la de los apasionados. Yo me considero una aficionada. Los literatos son los de frac y galera, los otros, los que no son intelectuales son los que tienen la magia. Me considero una aficionada porque no sé escribir por obligación. Sólo consigo escribir por inspiración. Odio la popularidad, es algo pernicioso para los escritores.

¿Cómo trabaja usted?

-Para escribir necesito abstraerme de todo. Cuando escribo no pienso en nadie, ni siquiera en mi misma. Lo único que me preocupa es captar la realidad íntima de las cosas y la magia del instante. Mis novelas y mis cuentos vienen de a pedazos, anotaciones sobre los personajes, el tema, el escenario, que después voy ordenando, pero que nacen de una realidad interior vivida o imaginada, siempre muy personal. No me preocupo nunca por la estructura de la obra. La única estructura que admito es la ósea.

 

el camino de la cuentista

Una entrevista de María Esther Gilio

Clarice Lispector nació en Tchetchelnik, Ucrania, el 10 de diciembre del año 1925. Dos meses después llegó al Brasil. Publicó su primer libro -la novela Perto do coração selvagem (Cerca del Corazón Salvaje)- cuando tenía 19 años (1944). En los treinta años que siguieron publicó once libros más: O lustre (La araña, novela, 1946). A cidade sitiada (La ciudad sitiada, novela, 1949). Alguns contos (Algunos cuentos, 1952), Laços de família (Lazos de familia, cuentos, 1960). A maçã no escuro (La manzana en la oscuridad, novela, 1961), A legião estrangeira (La legión extranjera, cuentos y crónicas, 1964). A paixão segundo G.H. (La pasión según G. H., novela, 1964). O mistério do coelho pensante (El misterio del conejo pensante, cuento policial para niños, 1967), A mulher que matou os peixes (La mujer que mató los peces, cuento para niños, 1968). Uma aprendizagem ou O livro dos prazeres" (Un aprendizaje o El libro de los placeres, novela, 1969), Agua Viva (noveIa, 1973), ¿Onde estivestes de noite? (¿Dónde estuviste de noche?, cuentos, 1974), A via Crucis do corpo (La vía crucis del cuerpo, cuentos, 1974) y De corpo inteiro (De cuerpo entero, entrevistas, 1975).

Clarice Lispector es una escritora que cuenta con un público extremadamente fiel aunque no excepcionalmente amplio: Laços de família, su best seller, vendió en 15 años 5 ediciones.

 

Tristes Trópicos

Las escolas de samba de Salgueiro y Portela con toda la voz que tienen, más la que les suman los amplificadores, rivalizan desde dos disquerías separadas por veinte metros de asfalto cubiertos totalmente de V. W. Un heladero grita "Kibon" batucando sobre la madera del carrito. "Kibon que é foi e será bon'' y los termómetros marcan 36 ° , pero ¿a quién le importa? Es domingo y el mar está allí nomás, verde y fresco. Bandadas de muchachas sin zapatos ni casi ninguna otra cosa saltan entre los autos, en camino hacia el agua. Mientras espera la luz verde, una pareja se besa como si estuviera en el preludio de Io que las leyes púdicamente llaman la "conjunción carnal". Con el verde que se enciende, se apaga el beso. Toda la pasión se concentra en el acelerador y el auto arranca chillando. El aire está lleno de gritos de niños romper de olas, ruido de motores, voces de pájaros, bocinas y ritmos de sambas. Con el carnaval que viene llegando, las músicas recién nacidas invaden las calles de Río. "Vou morar no infinito, vou virar constelação", repite una y otra vez entre dientes el taximetrista que me lleva. "Está realmente con ganas de volverse constelación", le digo. Me mira riendo con toda la cara canela y brillante. "Me gustaría. Allá nadie trabaja", dice y se vuelve tamborileando con los dedos sobre el volante. "¿Usted busca el 300? Es aquí".

Un edificio de color ceniciento impersonal y antiguo. No era la casa colonial rodeada de palmeras y cubierta de enredaderas que había, no sé por qué, imaginado. Atravesé corredores silenciosos y brillantes de cera, iluminados por una luz artificial, amarillenta y escasa. De la vitalidad agresiva de afuera no llegaba hasta allí más que una mase indiscernible de sonidos apagados. Clarice misma me abrió la puerta y me hizo pasar. La melancolía de los corredores se prolongaba adentro a pesar de la ventana grande, pero cerrada sobre la calle ruidosa. Todo hacía pensar en un pasado brillante y amado que no se deseaba olvidar, los viejos sillones de estilo, las mesas y mesitas de madera labrada, los dibujos, las esculturas, los cofres y cajas de bronce o porcelana. Y ese color que da a las cosas el mucho tiempo y el cariño. Si no hubiera sido por los chillidos de los pájaros y la gran mancha de luz filtrándose a través de persianas y cortinas, me habría pensado en el living de una casa del norte de Europa, incolora y melancólica. Me senté en un sillón, preparé mis cosas y esperé que ella se sentara a su vez. Pero ella daba vueltas tras un perro viejo y consentido al que hablaba con tono pausado, monocorde y un poco ausente. Pensé que parecía muy cansada y desde hacía mucho, mucho tiempo. Finalmente se sentó y me miró con unos ojos grandes y fijos. Los mismos que reproducían varios retratos suyos colgados entre paisajes y naturalezas muertas. Las técnicas y la edad de los modelos variaban, pero los ojos enormes y fijos eran siempre los mismos. Tenían ya hasta en sus días más lejanos, ese aire desdichado que hoy se mezclaba con el del tedio.

Desde antes de empezar sabía que no hablaría fácilmente. Y así fue. Durante una larga media hora hilvanamos frases divagantes sobre Río, el calor, el carnaval, el perro, los perros, Buenos Aires, el frío y, otra vez, el perro; un fox terrier muy astuto que se complacía en manejarla. Una y otra vez volvía a mi memoria la historia de Eloy Martínez sobre los periodistas que Iuego de pasar dos horas con ella, volvían con una cinta donde sólo se escuchaba el sonido de sus propias voces. La primera pregunta entonces debía ser construida de manera tal que si ella no daba con la respuesta adecuada Quedaría entrampada y en mis manos.

Su fama en Buenos Aires parece no coincidir con usted misma.

-¿Por qué?, dijo fijando en mí sus grandes ojos castaños.

Bueno, se dice que usted es elusiva, difícil, que no habla. A mí no me parece así –dije- y esperé un bendito: "No soy así, no. Por supuesto, no soy así".

Ella dijo: "Todo lo que tengo que decir lo digo en mis libros. Sus colegas tienen razón".

Evidentemente tenían razón.

¿Entonces?

-¿Usted conoce mis libros? Todo está allí.

Sus libros me han dejado llena de interrogantes.

-Seguramente yo no podré aclarárselos.

Bueno, habrá algunos que si podrá, cuando empezó a escribir, por ejemplo.

Me miró sonriendo.

-Esa pregunta no puede haberle surgido de la lectura de mis libros.

No. En realidad, era una manera de entrar en materia.

-Encontraría la respuesta en cualquier biografía mía. Empecé a escribir a los 7 años.

Me pregunto sobre qué escribía una niña de esa edad. ¿Hadas, brujas, piratas?

- No, no, eran cuentos sin hadas, sin piratas. Y por eso ninguna revista quería publicarlos. Yo los enviaba, pero no los publicaban. Porque no se referían a hechos sino a sentimientos. Ellos no querían eso, querían historias donde ocurrieran cosas.

¿Cómo sentimientos? Pensando en la edad que tenía, me cuesta imaginarlo. Deme un ejemplo.

-No. No puedo, no me acuerdo. A los nueve años escribí una pieza de teatro pero sentí un gran pudor y la escondí.

¿Cuál era el tema?

- El amor. Tuve vergüenza.

Usted es rusa.

- Nací en Ucrania: llegué a Brasil cuando tenía dos meses.

Estaba pensando en su acento, en las erres. Son muy extrañas. ¿Le vienen del ruso? Aunque parecen francesas.

- Simplemente tengo frenillo. Podría solucionarlo con una operación bastante simple, pero tengo miedo. Por otra parte, mis erres no me molestan: vivo con ellas desde que nací.

Sus erres me parece que dan origen a algunas de las leyendas que la gente teje en torno suyo.

-Sí, muchos lectores me escriben preguntando si soy rusa o brasileña. Soy brasileña, claro, sólo que no nací en Brasil. Mi infancia transcurrió en Recife.

Es muy brasileña, entonces es nordestina.

-Sí, eso es. Es muy importante para mí haberme criado en Recife.

¿En qué sentido?

-El nordeste es más profundamente brasileño que el sur: Río o San Pablo. Está más ajeno a las influencias extranjeras. Dijo, y volvió a fijar sus ojos en mí, aunque no como las otras veces, sino mirándome realmente.

Le gusta pensar en Recife.

- Sí, de allí son mis canciones predilectas, las canciones que más amo.

En una entrevista que le hicieron aquí, en Brasil...

- ¿Una entrevista? Son tan escasas, casi no existen.

Se trata de una especie de entrevista que prologa una selección de textos suyos.

-Sí, ya sé a qué se refiere- dijo y se levantó-. A los pocos minutos me alcanzaba un libro. Allí, en un trabajo que Renato Carneiro Gómez denominaba Texto Montaje, Clarice respondía a varias preguntas al correr de la máquina. "Aquí tiene, dijo señalándome un párrafo, mi actitud frente a las entrevistas."

El párrafo era casi un acápite del trabajo. Decía: " No me gusta dar entrevistas: las preguntas me constringente. Me cuesta responder, y todavía sé que el entrevistador va a deformar fatalmente mis palabras".

 

Sí, eso ya lo sé, ahora por experiencia, las entrevistas no le gustan... pero yo querría hablarle de esta pregunta que le hace Carneiro aquí: "la gente nace para alguna cosa de la cual vamos tomando conciencia a medida que transcurre nuestra existencia. ¿Para qué naciste Clarice?" Usted responde largamente. Sintetizando dice que nació para tres cosas: amar a los otros, escribir y criar a sus hijos. Recordaba esta respuesta suya y lo que quería preguntarle ahora es si considera que se relaciona bien con los demás.

- Más o menos. ¿Por qué?

Pensaba cómo se conciliaría esa vocación suya de amar y "recibir algunas veces un poco de amor en cambio" y su reticencia en los contactos personales, por lo menos conmigo ahora y con otros periodistas otras veces.

-Soy tímida, muy reservada.

Y muy ajena al mundo que la rodea, ¿o no? Usted me mira fijamente cada vez que le hablo pero yo siempre pienso que no me ve, que más bien está asomada sobre sí misma.

-Puede ser. Pero no estoy ajena al mundo que me rodea. Llévese este libro; en él va a encontrar esa respuesta y otras. Tomo del trabajo de Carneiro en el libro: "Soy una persona muy ocupada: cuido del mundo. Lúcidamente apenas hablo de las miles de cosas y personas de quienes cuido. Pero no se trata de un empleo pues dinero no gano con eso. Quedo apenas sabiendo cómo es el mundo". Y luego: "Es que yo nací así, incumbida. Y soy responsable por todo lo que existe. Incluso por las guerras y por los crímenes de leso cuerpo y de lesa alma. Incluso soy responsable por el Dios que está en constante cósmica evolución para mejor".

Al leerla me he preguntado, muchas veces, si cuando escribía pensaba en sus lectores posibles.

-Cuando escribo no atiendo ni a los lectores ni a mí.

No pretende, en definitiva, comunicarse con alguien concreto.

- No, sólo atiendo a lo que escribo.

¿Y cuando la obra está terminada?

-Cuando está terminada y publicada entonces sí pienso en el lector.

Piensa en su relación con el lector.

- Aunque la obra ya no me parece mía. Aunque la siento separada ajena.

Tal vez por eso justamente puede pensar en esa relación. ¿Y cuál es en general su conclusión, considera que se comunicó con el lector?

-Creo que hay comunión, que me comuniqué.

Sin embargo, una parte de su obra es bastante impenetrable. En los cuentos usted es muy clara y tiene un gran poder de comunicación. Las zonas oscuras pertenecen fundamentalmente a las novelas. Por lo menos yo lo siento así.

-Sé que algunas veces exijo mucha cooperación del lector, que soy hermética. No querría, pero no tengo otra manera.

Del trabajo de Carneiro: " Muchas veces tomo un aire involuntariamente hermético que me parece bien idiota en los otros. ¿Después de que la obra está escrita podría estar fríamente tornada, menos hermética, más explicativa? Pero es que respeto cierto tono peculiar al misterio de la creación no sustituible (ese misterio) por claridad alguna".

Vuelvo, entonces a su necesidad o vocación de dar amor… Su lejanía, su natural misterio dificultan seguramente esa posibilidad... La mayor parte de lo que escribe es para élites, ¿no cree?

- Ya no. Durante mucho tiempo escribí para pocas personas. Últimamente soy cada vez más popular. Creo que estoy de moda. Hay gente que me imita.

¿Mujeres?

-¿Por qué mujeres?

Su literatura es esencialmente femenina. Pensaba que sobre todo las mujeres se sentirían inclinadas a imitarla.

-Usted cree que mis libros no podría haberlos escrito un hombre.

Como los de Emily Brontë o Carson McCullers o Katherine Mansfield.

-Yo también creo eso pero no me imitan solamente las mujeres sino escritores jóvenes en general -dijo y quedó un momento callada acariciando el perro. Finalmente dijo: "Ellos toman todos mis defectos".

¿Cuáles son sus defectos?

-Manierismos que me limitan y los imitan sin necesidad para ellos.

¿Cuáles por ejemplo?

- Nooo.

¿Por pereza?

- Soy muy perezosa -dijo sonriendo apenas.

Al leer sus novelas a veces siento que usted vive a través de ellas fantasías que le son muy entrañables. Experimento cierto pudor por la impresión de estarla espiando por una cerradura.

Sin mirarme asintió con la cabeza. Insistí.

¿Está de acuerdo?

Fijó los ojos en mí y volvió a asentir con la cabeza. Subrayé.

¿Está de acuerdo?

-En la primera parte de lo que dijo estoy de acuerdo. En cuanto a la segunda…

Ese es mi problema…

-Si.

Hay cosas en sus libros de las que me gustaría hablar con usted. Cosas que usted dice de algún personaje femenino. Mire aquí en La manzana en lo oscuro. Escúcheme, página 119: "Lo que no quería decir que no fuera dueña de sí. Pero, como si ignorase imparcialmente la importancia del acontecimiento, tenía tiempo para tomar varias actitudes que parecían quitar esa importancia: arreglaba sus cabellos, como si su peinado fuera indispensable, hacia una boca pequeña y unos ojos grandes como en el dibujo de una mujer inocente y amada, recreando con mucha emoción amores célebres. Mientras tanto, por dentro desfallecía perpleja. Es que sabía que estaba arriesgando mucho más de lo que superficialmente parecía: estaba jugando con lo que sería más tarde un pasado para siempre". Dígame algo más de esto que dice aquí.

Dijo: "Yo no hablo", con un aire tan desvalido que me vinieron ganas de reirme.

Dios mío, qué mezcla de cosas. Ahora parece una niña. Está bien.

-No sé criticar mis cosas. No soy autocritica. No sé explicar.

Del texto-montaje de Renato Carneiro: "La creación artística es un misterio que se me escapa, felizmente”.

¿Se resiste a analizarse?

-No me interesa un libro después de hecho, no me interesa, estoy cansada de él.

Como si no lo quisiera, como si no le importara perderlo.

-Una vez hecho ya no es más mío. No puedo perder lo que no me pertenece. Guardo en la memoria recuerdos; algunos recuerdos de mis sentimientos mientras lo escribía -dijo y llamó al perro que giraba en torno a mi sillón y me olfateaba. Pero el perro era sordo a sus llamados y se escurría cuando ella extendía una mano para arrastrarlo a su lado. Esperé que llegaran a un acuerdo. Este se produjo finalmente cuando el perro se desinteresó de mí y, eludiendo la mano que intentaba apresarlo, volvió con ella voluntariamente.

Me gustaría verla escribir.

Me miró sorprendida pero no dijo nada.

Quiero decir que me gustaría ver cómo va hilvanando tantas y tantas cosas. Se tiene la impresión de que las ideas no tuvieran ningún proceso de elaboración; de que le llegaran a la cabeza como un río.

-Cuando estoy trabajando escribo de mañana, de tarde, tomo notas.

¿Notas de qué?

-De las ideas que se me van ocurriendo. Me viene una idea y la apunto. Al otro día la traspongo al libro. Pero por supuesto la mayoría de las cosas que aparecen en mis libros se me van ocurriendo a medida que escribo. Escribir para mí es una manera de entender. Escribiendo comprendo.

Del texto-montaje de Renato Carneiro: "A veces tengo la sensación de que escribo por simple curiosidad intensa. Es que al escribir yo me doy las más inesperadas sorpresas. Es en la hora de escribir que muchas veces me vuelvo consciente de cosas que por ser inconscientes, yo, antes, no sabía que sabía".

Daniel Moyano me dijo en una entrevista una cosa parecida: “Empecé a escribir para entender esa ciudad monstruosa que era para mi Córdoba" -le dije. Y esperé su respuesta complaciente: "¡Ah, sí! ¡A mí me ocurre lo mismo!". Pero ella no dijo nada. Ni siquiera sé si me oyó. Se puso de pie y dijo: "Tal vez vaya a Buenos Aires este invierno. No olvide llevar el libro que le di. Allí encontrará el material para su nota".

Muy alta con el pelo y los ojos castaños en mi recuerdo llevaba un vestido largo de seda marrón. Pero tal vez me equivoco. Cuando salíamos me detuve junto a un retrato en óleo de su rostro. "De Chirico" me dijo. Y luego, junto al ascensor: ''Dispénseme. No me gusta hablar".

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